Biológicamente,
todos los conflictos relacionados con la boca evidencian situaciones de
desvalorización en torno a la expresividad o la palabra. También situaciones en
las que no nos sentimos escuchados ni atendidos. Precisamente, cuando se dan
estos condicionantes y reprimimos nuestra rabia y nuestra agresividad es cuando
nuestra biología nos avisa del conflicto inconsciente expresando diversas
dolencias, síntomas o malestares en nuestra boca. Así pues, las palabras no
dichas y los secretos generan problemas de salud.
Como toda llaga, las aftas tienen ese sentido biológico
mencionado de rabia que no ha sido encauzada, rabia reprimida, sin expresar.
Más concretamente, cuando se trata de llagas bucales, como en la mayoría de las
aftas, podemos suponer, casi sin margen de error, que se trata de palabras no
dichas, palabras silenciadas, retenidas por los labios.
Desde
el punto de vista estrictamente conflictual, la mayor parte de las aftas
responden a un conflicto surgido en la primera infancia; situaciones de
separación del pecho materno.
Por eso, se debe estudiar con detalle el Proyecto Sentido
de la persona. El niño, ya sea porque es “dejado” por su madre a temprana edad
en la guardería o por cualquier otra circunstancia análoga, siente y sufre esa
separación sin capacidad para comprenderla. Se genera y se programa un
conflicto serio y profundo porque anhela atrapar el pecho de mamá y no
encuentra la manera ni tiene posibilidades de hacerlo.
Surge así esa rabia, anteriormente aludida, que se nutre
básicamente de la inmadurez e incapacidad de comprensión por parte del niño. No
olvidemos tampoco que, bajo la interpretación biológica, los problemas en los labios
manifiestan que la persona sufre porque no ha recibido suficientes besos o, si
los recibió, estos fueron cualitativa y cuantitativamente insatisfactorios.
Aftas
en adultos
Casi
siempre hacen referencia a problemas que rehuimos; conflictos que se
reprimen o se silencian. Debates internos entre algo que nos gustaría
manifestar; pero, por diversas razones, no expresamos o nos atrevemos a
exteriorizar.
Es
precisamente ese debate interno vinculado a la palabra el que genera la rabia
reprimida que se somatiza en forma de llaga bucal. De todos modos, las
personas adultas que son propensas a tener aftas están dando continuidad, bajo
las circunstancias referidas, a un conflicto programante que adquirieron
inconscientemente en sus primeros años de vida.
Las
carencias afectivas en la niñez marcan el carácter y la vida no sólo del niño y
del adolescente sino también del adulto que seguirá manifestando a lo
largo de su vida ese déficit afectivo o esa separación abrupta o inesperada
-pero siempre incomprendida- del pecho materno.
Con diferentes matices, por tanto, las aftas en adultos reproducen
-en contextos diferentes- las carencias afectivas memorizadas en la más tierna
infancia: palabras que no decimos o no nos permitimos o no nos atrevemos
a decir, situaciones de no sentirnos escuchados, secretos o verdades que no
podemos decir
Conviene
aclarar que aftas bucales y herpes bucales no son lo mismo ni tienen el mismo
sentido biológico. Los herpes bucales se presentan en la parte exterior de los
labios y son contagiosos. Por el contrario, las aftas aparecen en la
parte interior de los labios, en las mejillas, las encías o la lengua y nunca
son contagiosas. Los casos de herpes, como las aftas, ponen de manifiesto la
existencia de un conflicto de separación; pero vivido éste como suciedad y
mancillamiento.
Por
tanto, en las personas propensas a tener aftas siempre hay que tener muy
presente su Proyecto Sentido, es decir: las vivencias y circunstancias que
afectaron a su madre desde la concepción hasta que la persona afectada cumplió
tres años de edad; pero, sobre todo, cómo fue esa primera autonomía al cumplir
el primer año de edad, así como la segunda autonomía en torno al tercer año de
vida. Las circunstancias en que haya tenido lugar ese progresivo alejamiento del pecho materno
determinarán la manera en que el niño asimile y asuma con mayor o menor carga
emocional su desapego progresivo.
Ahí radica la clave de cómo se ancla en su inconsciente
el conflicto programante que convierte a la persona en propensa a manifestar
aftas incluso durante toda su vida; porque hay una incomprensión inconsciente,
activa y memorizada en su interior que se somatiza cada vez que en la vida se
exponga o se enfrente a circunstancias emocionalmente similares, aunque el
contexto –evidentemente- sea muy distinto.
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