El entusiasmo vence el
negativismo, pero no es fácil ser positivo en medio de las tragedias, las
crisis y frustraciones.
Sin embargo hay millones de optimistas apasionados y protagonistas del
bien. La persona negativa se expresa así ante una buena noticia:
No te lo puedo creer, se va
desmayar con ese premio, el paseo estuvo de ataque, se va a morir con esa
fiesta. Lenguaje horrible.
¡Dios mío! ¿Si así es para lo grato, cómo será para lo siniestro? Ser
optimista no es actuar como ingenuo, es creer que la fe mueve montañas y crea
milagros.
Es esperar y luchar como aquellos que lisiados o desde una silla de
ruedas sonríen y pintan con la boca o con los pies.
Es ver en todo problema un
aprendizaje o un desafío y, con fuego en el alma, es decir con Dios, pasar de
la cruz a la luz, como Jesucristo.
Un sabio dijo: “Un
sueño positivo ilumina más que mil pensamientos negativos”. Eres entusiasta
si cuentas siempre tus bendiciones, no tus carencias.
El término entusiasta es hermoso y poderoso porque su raíz griega es
“en-theos”, o sea, estar
endiosado, estar siempre con Dios.
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