Por
la persiana entornada entra al comedor en penumbra, un rayo de sol matinal.
Y por la misma rendija sale a la calle,
oblicua hacia arriba, una banda ancha y dorada de moléculas.
Parece una legión de bailarines, pues, mirando
atentamente, veo que cada uno de los puntitos rubios gira de una manera
vertiginosa sobre sí mismo.
Si yo supiera física, ¡cuantas observaciones
podría hacer ahora! Pero
no sé nada más que imaginar y soñar. Y miro con envidia a esa banda de
átomos que se va a correr el mundo, llevándose quizás el secreto de todas mis
intimidades.
¡Oh granitos de polvo que vais a ver lo que yo
no he de mirar jamás: bosques, mares, ciudades, templos, auroras boreales,
maravillas!
De soplo en soplo, de ráfaga en ráfaga,
recorréis la tierra, sorprenderéis el secreto de mil mujeres, y cuando el
viento os vuelva a traer otra vez a este lugar, quizás haya transcurrido un
gran montón de siglos. Yo
no seré ya más que un puñadito de polvo amarillo. Y entonces me iré a danzar y
a correr por el mundo con vosotros.
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