Se
tiene o no se tiene
Los
dones que tenemos son gracias especiales. No hay razón para reprimirlos como
sucede en las sociedades tribales.
¿Qué
son los dones? Según el Diccionario de la Lengua Española, son unas gracias especiales que
tenemos los seres humanos para hacer algo. Unas habilidades, unas disposiciones, unas aptitudes para
hacer algo. Por alguna razón, no del todo todavía explicada, es
sorprendente la variedad de dones de que disfrutan los seres humanos.
En las sociedades tribales hay unas pocas actividades; no
hay la división del trabajo que se
presenta en las sociedades sofisticadas. Las posibilidades de aprovechar todos los dones de que
están imbuidos los seres humanos son allí limitadas. Sólo en sociedades
abiertas y sofisticadas es posible expandir el uso de dones no aprovechables en
economías primitivas. Y lograr así una integración de dones en niveles más
altos de racionalidad.
Pero, proveniente de una larga trayectoria tribal, nos
acecha aquella creencia de que los hijos deben hacer lo mismo que los padres y
de que sólo los dones que comprendemos son los permitidos. En realidad, sabemos
que la herencia es cuestión por demás compleja e impredecible dada la gran
cantidad de combinaciones genéticas que pueden presentarse en la transmisión de
los dones. Y también por la forma como son empaquetados esos dones por cada
quien.
Es
posible que en ocasiones los dones se transmitan de padres a hijos sin grandes
variaciones. Pero también es posible que salga una combinación muy diferente en
habilidades, disposiciones y aptitudes a la de los padres. De manera que lo
primero que se impone es respeto por los dones que cada quien tiene.
De la premisa de que son diferentes y diversos los dones que
cada quien posee, se desprenden unas conclusiones, que aunque obvias no son del
todo aceptadas. La primera de ellas es que no hay que pelear por dones que no
se tienen. Por ejemplo, está el tema de la envidia y las frustraciones
derivadas de la carencia de un don. No hay la más mínima razón para envidiar
los dones que poseen otras personas. Esas personas ni siquiera tienen la culpa
de poseer esos dones, ni tienen la culpa de que otros no los posean.
Tómese
el caso de la facilidad para bailar. Se trata de un don. Un porcentaje de la
humanidad posee esa gracia especial y otro porcentaje no la posee.
Quienes no la poseen sufren el menosprecio y la discriminación en eventos
sociales. Y todos admiran a quienes bailan con destreza. Hasta se convierten en
los personajes centrales de algunos de esos eventos.
Así también sucede con la gracia especial que unos tienen
para combinar sabores y olores en el arte de la cocina. Muchas mujeres sufren
al no poseer este don, porque la sociedad da por un hecho de que a todas las
mujeres les debe gustar la cocina y demostrarlo con resultados. Incluso, en una
época hubo hombres que les gustaba la cocina, pero que no se atrevían a
expresarlo porque era labor exclusiva de mujeres.
Ahora bien, no es de sorprenderse si a quienes les gusta
bailar no les gusta cocinar y viceversa. Y hay muchos otros que no tienen la
disposición de bailar, ni la de cocinar. Pero que tienen otros dones. Por
ejemplo, hay quienes no les gusta bailar ni cocinar, pero les gusta escribir. O
hay quienes tienen el don de las lenguas y del pensamiento matemático, pero con
ausencia de dones como bailar y cocinar.
Y así
la historia es de nunca acabar por cuanto a la multitud de dones identificados
hay que agregarle una infinidad de combinaciones que hace a cada ser humano un
ser único, un ser poseedor de gracias especiales.
Entonces, si se acepta esta realidad lo primero es reconocer
que no se debe obligar a un ser humano a realizar tareas o labores sofisticadas
en áreas para las cuales no cuenta con el don o los dones requeridos. Por
ejemplo, tocar piano, sin tener la aptitud musical. O involucrarse en un
deporte de competencia, sin tener la habilidad corporal.
En esto de los dones, no se trata de intentar extraerlos de
donde no los hay (y perder precioso tiempo en vanos intentos), sino de
desarrollar dones preexistentes. Dadas las barreras que tienen lo seres humanos
para conocerse los unos con los otros, la técnica más eficaz es la que permite
a cada quien, desde temprana edad, a manera de un descubrimiento, llegar a su vocación.
Lo ideal sería un entorno en el que ese ser humano pueda realizar, sin
obstáculos insuperables, esa búsqueda existencial.
Los
deportes constituyen otro ejemplo que nos ayuda a comprender la variedad e
infinidad de combinaciones de dones que tenemos los seres humanos. El que
practica atletismo no necesariamente tiene habilidad para nadar, el que juega
fútbol no necesariamente se entusiasma con la práctica del golf, el que le da a
la raqueta de tenis es posible que no se sienta cómodo con un balón de
básquetbol. Una persona promedio le gusta dos o tres deportes. Por lo
general, si le gusta jugarlos es porque tiene una disposición para hacerlo. O
sea que no es difícil descubrir por dónde va el agua del molino.
De manera que no tiene sentido obligar a un menor de edad a
jugar tal o cual deporte en donde no se siente a gusto y en el cual desde el
comienzo queda en desventaja con sus pares. Lo mismo en relación con otros
aprendizajes, en los que, si no hay aptitudes, no hace sentido pasar de un nivel
predeterminado. Por ejemplo, en matemáticas. Ahí, quienes no tienen las
aptitudes para llegar un poco más allá, no deberían perder el tiempo intentando
dar infructuosamente ese paso adicional.
Al final de cuentas, los seres humanos debemos percatarnos de
que antes que envidia es admiración la que debe producirnos el despliegue de
algún don por parte de otro ser humano. Y también saber que el hecho de que alguien sobresalga
con un don, no significa que posea otros dones. Hay una cierta compensación de
dones entre los diferentes seres humanos.
El ideal sería que la ausencia de dones no fuera motivo de
burlas o de grandes frustraciones. Nadie es culpable de no tener tales o cuales
dones. Y todo el mundo debería vivir en una situación en la cual se le facilite
descubrir y desarrollar sus dones, incluidos los que están latentes.
“Se
tiene” o “no se tiene”, aplica a cada uno de los dones relacionados con el
baile, la danza, la música, la cocina, la lectura, la escritura, las lenguas,
las matemáticas, los artes y oficios, los deportes, las relaciones
interpersonales y otros muchos. No hay que pedirle peras al olmo: cuando “no se
tiene” sencillamente “no se tiene” y cuando “se tiene” no hay lugar a dudas de
que “se tiene”. Tampoco hay que ponerle tanto misterio al asunto: resígnese si
“no lo tiene” (tómelo deportivamente) y sea humilde si “lo tiene” (tómelo sin
aspavientos).
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