Hay amores que no se olvidan ni con un millón de primaveras. Amores que se quedan tatuados en el alma aunque la vida nos obligue a soltarlos. Son esos amores que duelen con el paso del tiempo, que no mueren, solo aprenden a respirar en silencio.
El corazón, en su inocencia, sigue esperando una mirada, un perdón, un regreso imposible. Pero el amor verdadero no siempre termina en un “para siempre”; a veces termina en una lección, en una cicatriz que enseña a amar con más conciencia.
Aquí se esconde la voz de quien ama a destiempo, de quien llegó tarde al alma correcta. La vida, con su misterio divino, no siempre nos da lo que queremos, pero siempre nos da lo que necesitamos para crecer.
Llorar un amor imposible no es debilidad, es reconocer que fuiste capaz de sentir con todo tu ser. Es entender que el amor no siempre se posee; a veces solo se contempla.
Y cuando el alma por fin se rinde ante la realidad, descubre algo sagrado: que amar, aunque no seas correspondido, ya es una forma de eternidad. Porque lo que se vivió con el corazón, ni el tiempo ni la distancia lo pueden borrar.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Por favor, escriba aquí sus comentarios