Existen amores que no requieren contratos ni palabras escritas, pues se
inscriben directamente en la piel del alma. Como un nombre tallado con
paciencia en la penca de un maguey, el amor verdadero deja una huella viva y
permanente, una cicatriz de esencia que se integra en nuestro ser. Así, aunque
el tiempo borre rostros y la memoria falle, la naturaleza de nuestro alma
recuerda lo que el corazón nunca se atreve a olvidar.
El maguey simboliza un amor genuino, cuyo lento y resiliente crecimiento
enseña que lo auténtico no puede arrancarse. Aunque se intente negar o
borrar esa historia, la vida —como ese maguey— conserva su memoria indeleble.
Cada brote y hoja renueva el eco de esa verdad: lo auténtico no se destruye, se integra en nuestra propia
historia y se convierte en parte inseparable de quienes somos. Es la prueba viva de que un sentimiento verdadero no se
anula ni por el tiempo ni por la voluntad ajena.
Existe también otro amor, profundo y transformador, que arde en el
silencio del alma. No se expresa por temor, respeto o timidez, pero no es signo
de fragilidad, sino de humildad y entrega. Es un farol interior que ilumina
nuestro camino sin exigir iluminar el de otro, la nobleza de sentir sin esperar
nada a cambio. Amar sin ser
correspondido no es una derrota, sino el acto más puro de valor: una entrega que no busca poseer, sino
simplemente sentir.
Quien ama así no exige reconocimiento, solo gratitud por haber vivido esa experiencia que hizo
vibrar su alma.
Entre la memoria
imperecedera del maguey y el amor silente, surge la verdad esencial: el amor no muere, se transforma.
Se vuelve canción en la melancolía, lágrima que sana, lección valiosa, fuerza
que impulsa, compasión que crece o sabiduría que guía. El amor verdadero es inmortal,
no por durar siempre en su forma original, sino por mutar en canción, sabiduría,
fuerza y comprensión.
Al final, el amor —cumplido, silencioso, perdido o encontrado— es el
hilo dorado que teje el tapiz de nuestra existencia. Porque al final, el amor no es solo una parte de nuestras vidas;
es el fundamento mismo que da sentido a todo lo que somos y seremos

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