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¿DEBEMOS ABANDONAR LA IDEA DEL AMOR IDEAL PARA ENCONTRAR EL AMOR VERDADERO?

 

, es necesario soltar la idea del amor ideal para poder abrazar el amor verdadero. La idealización crea expectativas poco realistas que, cuando no se cumplen, pueden llevar a la decepción y la insatisfacción. El amor verdadero se basa en la aceptación y el entendimiento de la otra persona con sus virtudes y defectos. Este tipo de amor permite construir relaciones más sólidas, auténticas y satisfactorias. Al abandonar la búsqueda de la perfección y enfocarnos en la realidad, podemos disfrutar de relaciones que nos desafían, nos complementan y nos permiten crecer juntos. El amor verdadero no es ideal, pero es profundamente significativo y gratificante.
 
CLAVES QUE EXPLICAN EL AMOR IDEAL
Es innegable que, a lo largo de nuestras vidas, ansiamos amar y, sobre todo, ser amados. Según el sociólogo Zygmunt Bauman, actualmente hay muchas personas desesperadas por establecer relaciones, pero también desconfían de ellas y, por eso, prefieren no involucrarse demasiado y saltar de una persona a otra.
El amor es un fenómeno complejo que a menudo responde a moldes culturales y sociales particulares. Por esta razón, a lo largo de la historia hemos pasado por diversas formas de amar, como el amor cortés, el amor burgués o el amor romántico que surgió en el siglo XVII.
Hoy en día, según el sociólogo Anthony Giddens (1992), vivimos en una época que él define como de "amor confluente". Este concepto se refiere a la búsqueda de una relación igualitaria entre las parejas.
Actualmente, nos sentimos completos como individuos y elegimos compartir nuestra vida con alguien, no por necesidad o para sentirnos completos, sino por satisfacción afectiva y sexual, sin la exigencia de que sea "para siempre" como solía pensarse desde la perspectiva romántica.
A pesar de este enfoque renovado, persiste una parte de la mente que alberga la idea del amor ideal o perfecto. Esto es especialmente común cuando somos jóvenes. ¿Por qué sucede esto?
 
El amor ideal como promesa de felicidad
El amor ideal es una entelequia que nos hace creer que encontraremos a alguien que será casi como un alma gemela. Creemos que aparecerá una persona con quien coincidir al 100%, sin fisuras, diferencias ni dudas. La armonía y sintonía será perfecta. Esta promesa de felicidad futura nubla la realidad de que, a veces, el alma gemela llega para sacudir nuestro mundo, desafiarnos y mostrarnos nuevas perspectivas. El amor real no consiste en estar de acuerdo en todo momento, sino en aprender a llegar a acuerdos y trabajar en la relación diariamente sin darlo todo por sentado.
 
El amor ideal como protección contra la ambivalencia
En un rincón de nuestra mente persiste el deseo de encontrar un amor ideal para evitar sufrir. Desearíamos hallar a alguien con quien las certezas fueran constantes, los sentimientos eternos, la pasión perpetua y el afecto incombustibleSin embargo, sabemos que esto no siempre se cumple. Amar también implica experimentar sentimientos ambivalentes: admirar al otro y, al mismo tiempo, enojarnos con él. Sentir dudas en un momento y luego la confianza más sólida. En ocasiones, se entrelazan la frustración y el cariño, el deseo de soledad y el anhelo de cercanía. Entender la complejidad de las relaciones es fundamental.
 
Idealización y devaluación como parte del crecimiento
Idealizar es parte natural de nuestro crecimiento. Por ejemplo, de niños idealizamos a nuestros padres, pero con el tiempo los vemos como seres humanos imperfectos.
Durante nuestra vida, también es común creer en el amor ideal, imaginar a alguien que dará sentido y felicidad a nuestro corazón. Esto nos lleva a idealizar a nuestras parejas hasta que, poco a poco, pasamos de la idealización a la devaluación. Este tránsito nos permite ajustar nuestra perspectiva y desarrollar una visión más realista de las cosas, incluida nuestra percepción del amorSolo así podemos dar forma a una relación más madura y consciente, libre de expectativas irreales y alejada de ideas que solo generan infelicidad. El amor ideal debe eventualmente dar paso al amor racional.
 

 

¿QUÉ ES EL AMOR IDEAL?
Suele decirse que creer en un amor ideal es el mayor enemigo para las relaciones felices. Sin embargo ¿por qué lo hacemos? ¿Por qué una parte del cerebro mantiene una imagen interna sobre cómo debería ser la relación perfecta?
 
El amor ideal es una trampa que nosotros mismos tejemos con hilos dorados. Durante la juventud, es común trazar en la mente el relieve de esa pasión perfecta protagonizada por una persona que, en apariencia, recoge todas las cualidades para ofrecernos una felicidad imperecedera. Una vez definida esa fantasía, lo cierto es que casi nadie logra alcanzar ese elevado pedestal.
 
Más tarde, cuando llegamos a la madurez y contamos ya con algunas experiencias guardadas en nuestra mochila, descubrimos que la persona ideal no existe. Existen personas reales con las que poder construir un proyecto de vida. A veces tenemos éxito en ese viaje y otras veces acumulamos un nuevo fracaso del que reponernos y aprender.
 
Sin embargo, casi siempre queda un resquicio, un anhelo no satisfecho. En nuestro interior pervive la estela del amor ideal calladamente. En la mente sigue instalada la imagen de lo que debería ser para cada uno de nosotros, la relación perfecta. Asumimos y aceptamos que tal cosa rara vez puede suceder, pero en un pequeño rincón del cerebro se esconde esa disimulada ilusión.
 
¿Por qué sucede? ¿Por qué se mantiene la impronta de la idealización en materia afectiva en ciertos casos?
 
 
¿Qué es el amor ideal?
Es una evidencia casi incuestionable, durante buena parte de nuestras vidas, las personas ansiamos amar y por encima de todo ser amadas. Decía el sociólogo Zygmunt Bauman que, en la actualidad, son muchos los individuos que están desesperados por relacionarse, pero a su vez desconfían de esas relaciones y por ello prefieren no involucrarse en exceso y saltar de una persona a otra.
 
El amor es extraño, es cierto y a menudo hasta responde a singulares moldes culturales y sociales. Es por esto que a lo largo de nuestra historia hemos transitado por todo un caleidoscopio de fórmulas, como el amor cortés, el amor burgués o el amor romántico, surgido en el siglo XVII.
 
A hoy, según el sociólogo Anthony Giddens nos encontramos en lo que define como amor confluente. Se trata de ese intento en el que buscar o construir una relación de igualdad entre la pareja.
 
Ahora, las personas nos sentimos completas nosotras solas y elegimos compartir nuestra vida con alguien, no por necesidad o para sentirnos completos. Sino por satisfacción afectiva y sexual y sin necesidad de que sea “para siempre”, como sucedía desde la perspectiva romántica.
 
Sin embargo, a pesar de este enfoque y renovado avance, hay algo que persiste. En una parte de la mente pervive lo que para nosotros debería ser el amor ideal o perfecto. De hecho, es común dar validez a esta idea cuando somos más jóvenes. ¿A qué se debe?
 
Es una promesa: “encontraremos a alguien que nos hará feliz”.
El amor ideal responde a una dulce entelequia por la que uno se autoconvence de que dará con una persona que será poco más que su alma gemela. En algún momento conoceremos o aparecerá alguien ante nosotros con quien coincidir en todo al 100 %. No habrá fisuras, ni diferencias ni dudas. La armonía y sintonía será perfecta.
 
Esa promesa de felicidad futura enturbia por completo un hecho. El entender que a veces el alma gemela es alguien que llega para poner nuestro mundo al revés, desafiándonos, haciéndonos ver cosas nuevas y no cosas que ya sabíamos. El amor real no va de estar de acuerdo a cada instante, va de saber llegar a acuerdos, de trabajar la relación a diario y no darlo todo por hecho.
 
El amor ideal nos protege de los sentimientos ambivalentes
En un rincón de nuestra mente pervive el deseo de hallar un amor ideal para no sufrir. Nos encantaría encontrar a alguien con quien las certezas fueran constantes, los sentimientos imperecederos, la pasión perpetua y el afecto incombustible.
 
Sin embargo, sabemos bien que esto no siempre se cumple. Porque amar es también experimentar sentimientos ambivalentes. Es admirar al otro y al cabo del rato enfadarnos con él. Es sentir dudas en algún momento y al poco sentir el calor de la confianza más firme. A veces, navegan al mismo tiempo la frustración y el cariño, el deseo de soledad y el ansia de cercanía. Asumir la complejidad del tejido relacional es casi una obligación.
 
Idealizar y devaluar: una forma de crecimiento
Algo importante que debemos entender es que la idealización conforma, a menudo, parte natural de nuestro crecimiento. De niños, por ejemplo, muchos llegamos a idealizar a nuestros padres. Tarde o temprano, acabamos viéndolos como lo que son, personas de carne y hueso capaces de cometer en ocasiones más de un fallo, más de un error.
 
Así, durante una parte de nuestro ciclo vital también es común creer en el amor ideal. En esa persona que llegará de improviso hasta nosotros para dar sentido, trascendencia y felicidad absoluta a nuestro corazón. Alguien con quien todo será fácil y tan intenso, que nos quedaremos casi sin aliento.
 
En ocasiones, esta visión hasta nos ha hecho idealizar a muchas de nuestras parejas. Hasta que, poco a poco, pasamos de la idealización a la devaluación. Del cielo al suelo firme. Ese tránsito nos permite realizar un ajuste psicológico para tener una visión más integrada de las cosas y también del amor. Es mirar cara a cara a esa persona de quien estamos enamorados sin filtros ni gafas doradas para verla tal y como es.
 
Solo así somos capaces de dar forma a una relación más madura y consciente libre de expectativas irreales. Saneada de imaginerías que solo traen la infelicidad. El amor ideal siempre debe acabar dando paso al amor racional, tarde o temprano.
 
 
REFLEXIONES DE UN SACERDOTE: ¿Debemos abandonar la idea del amor ideal para encontrar el amor verdadero?
Como seguidores de Cristo, debemos abandonar la idea del amor idealizado para descubrir el amor verdadero, el que es paciente, humilde y sacrificial. El amor ideal busca la perfección y la ausencia de conflicto, pero el amor verdadero, como el que nos enseñó Jesús, acepta a las personas tal como son, con sus defectos y virtudes. En lugar de esperar la perfección, debemos buscar la entrega desinteresada y el perdón constante. Así, encontramos un amor más profundo y duradero, que se asemeja al amor divino que Dios nos tiene. Este amor fortalece nuestras relaciones y nos acerca a la verdadera felicidad.
 
Es en la relación con Dios que encontramos la plenitud y el amor incondicional que anhelamos. Al cultivar nuestra fe y fortalecer nuestra conexión con Dios, nos abrimos a la posibilidad de amar a los demás de manera auténtica y desinteresada.
 
El amor verdadero no se trata de encontrar a la persona perfecta, sino de amar a las personas imperfectas con un corazón compasivo y misericordioso, tal como Dios nos ama a nosotros.
 
En este camino, la oración y la participación en los sacramentos nos fortalecen para enfrentar las dificultades y cultivar las virtudes necesarias para amar de forma verdadera.
 
El amor verdadero se construye sobre la base del amor a Dios, que nos impulsa a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Es un amor que busca el bien del otro, que perdona las ofensas y que se sacrifica por el bienestar de la pareja.
 
Abandonar la idea del amor ideal no significa renunciar al amor verdadero, sino reconocer que este amor se nutre de una fuente más profunda: el amor de Dios. Es en la unión con Dios que encontramos la fuerza y la guía para amar de forma auténtica y duradera.
 
NOTA: El amor verdadero no se encuentra en una fantasía, sino en la construcción diaria de una relación basada en la confianza, el respeto y la comunicación. Es un proceso que requiere esfuerzo, madurez y la disposición a abandonar las expectativas irreales.

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