El objetivo del slow travel
(Viajar despacio) no es visitar una ciudad o zona sino descubrirla, conocerla,
disfrutarla, e integrarse en ella.
En la ciudad qué mejor que caminar para ver de cerca todo y
reaccionar ante cualquier estímulo interesante: una fachada bonita medio escondida, una cafetería con encanto,
un restaurante típico...
Claro que andar no significa planificar rutas interminables que dejan al
viajero exhausto y le impiden disfrutar.
Sin
duda, charlar con los autóctonos es la mejor manera de conocer un lugar,
sus costumbres y la
idiosincrasia de sus habitantes.
En el Norte la gente suele ser más fría y distante, pero en
los países del Sur y, especialmente, en los pueblos o barrios más pequeños,
siempre habrá una persona encantada de mantener una enriquecedora charla y orientar al viajero
para que éste descubra los lugares más auténticos que no aparecen en las guías.
Para
ello es imprescindible no tener prisas: elegir un destino que sea viable
conocer bien en los días de los que disponemos, no marcarse metas cuadriculadas
y atreverse a improvisar.
Una máxima de este espíritu es disfrutar tanto
del viaje como del destino, es decir, elegir el tren para contemplar
el paisaje o la bicicleta para fundirse con él.
De ese modo, se evita el avión y la obsesión de hacer en
coche el máximo número de kilómetros por hora sin permitirse parar en los pueblos agradables que
se encuentren por el camino.
La idea central es, en
definitiva, integrarse en la sociedad que queremos descubrir en lugar de
mirarla como quien contempla un escaparate.
Un ejemplo claro es la comida: es habitual que los turistas terminen almorzando en las
franquicias de comida rápida o en restaurantes de comida internacional en vez
de buscar pequeños restaurantes en los que probar los sabores más ancestrales
de la tierra.
En
cuanto al alojamiento, en medios rurales la opción más agradable es la casa
rural: enclavada en un entorno bello, el huésped disfruta de su cuidada
decoración, de un desayuno casero, y de una atención amable por parte de
los dueños y del resto de personas alojadas en él.
En destinos turísticos, los complejos hoteleros son el colmo
del ostracismo. El turista pasa todo el día en sus instalaciones sin tener el
más mínimo contacto con la realidad social del país, su arquitectura, su modo
de vivir la noche, de comer, de comunicarse...
Otros dos vicios característicos de los turistas que critica
el slow travel son la
fijación por la cámara de fotos y la guía turística. La realidad no es
la misma a través del objetivo que mirándola a la cara. Aunque es agradable
recordar en papel o en la pantalla del ordenador los momentos más especiales, una fotografía es incapaz de
transmitir tanto como la realidad y el hecho de tomarla distrae.
Además, una fotografía de un edificio con el tiempo nos dirá
lo mismo que cualquier postal. Por tanto, es más acertado olvidarse de ella y rescatarla sólo para
inmortalizar momentos, gestos o actitudes inolvidables de las personas.
La guía debe ser una pequeña ayuda, no un salvavidas. Su
utilidad es que no nos perdamos pero el slow travel se pregunta: ¿y por qué no
hacerlo?
Animarse
a dejar a un lado el mapa, callejear guiándose sólo por impulsos o por consejos
de las personas autóctonas es probablemente la mejor manera de conocer el lugar
de destino.
Reflexión de un sacerdote católico
En un mundo que corre sin cesar, donde la prisa parece ser la norma, te invito a disfrutar de viajar despacio. No se trata de acumular destinos, sino de sumergirte en la experiencia, de saborear cada momento.
Observa con detenimiento la belleza que te rodea, conéctate con la naturaleza, respira aire puro y deja que la paz te invada. Recorre calles empedradas, explora rincones escondidos, descubre tesoros inesperados.
Conversa con los lugareños, aprende sobre su cultura, sus tradiciones y su fe. Prueba la gastronomía local, saborea los sabores auténticos. Participa en sus celebraciones, déjate envolver por su alegría y su ritmo de vida.
Viajar despacio te permite abrir tu corazón y tu mente, desarrollar la empatía y fortalecer tu fe. Es una oportunidad para encontrar paz interior, agradecer las bendiciones y crecer como persona.
Recuerda, que el verdadero viaje es el que se realiza hacia el interior de uno mismo. Disfruta de viajar despacio y descubre la riqueza que te espera en cada paso.
Que Dios te bendiga en tu camino.
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