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NADAR EN EL RIO SECRETO


EL PLACER DE NADAR POR LAS AGUAS DE UN RÍO SUBTERRÁNEO EN CANCÚN MEXICO


Río Secreto se llama el lugar donde es posible nadar a 25 metros bajo tierra.

A una hora del balneario de Cancun (Mexico), existen cavernas con formaciones geológicas de millones de años y una cultura indígena de casi tres milenios.

Cuesta creerlo, pero aquí, 25 metros bajo la superficie, se respira con facilidad. Tendido boca arriba sobre una roca aplanada y algo cóncava, cubierta de agua que me tapa los oídos, un chaleco salvavidas me mantiene a flote y un traje de neopreno mantiene mi calor.

La oscuridad y el silencio aturden. Lo único que se oye es el sonido de las gotas que se desprenden de las estalactitas al caer en estas aguas transparentes y quietas. Hemos llegado hasta este punto de la península de Yucatán, en el Caribe mexicano, luego de un viaje por carretera de una hora hacia el sur, desde Cancún, una ciudad que hace 40 años fue construida para ser un centro turístico de talla mundial. Algo que sin duda logró y que se manifiesta en una moderna infraestructura: 148 hoteles que ofrecen 29.031 habitaciones a las que cada año llegan cerca de dos millones de turistas del mundo entero. Desde Cancún es fácil desplazarse a los destinos naturales del estado de Quintana Roo, como a esta maravilla subterránea llamada Río Secreto, de cuyo cauce se han descubierto hasta ahora 15.000 metros.

Es una muestra del mundo oculto bajo la península de Yucatán, donde han encontrado sistemas de cuevas inundadas de más de 150 kilómetros. En estos laberintos de agua pasa el tiempo inadvertido. Sin pensarlo, han transcurrido dos horas mientras caminamos -en algunas partes el agua llega hasta las rodillas-, flotamos y nadamos en este río.

El recorrido total es de 600 metros que se completan en una hora y media. El lugar es asombroso y en cada rincón se refleja un proceso ininterrumpido de evolución de dos millones de años. Ante las luces de los cascos, la caverna cobra vida: el verde de los minerales de cobre que se filtran desde la superficie; el rojo, del hierro; el azul, con cargas de manganeso y zinc, y el amarillo, por las formaciones de piedra caliza que están evolucionando y que el guía llama "las bebés", aquellas que para crecer unos centímetros necesitan dos o tres siglos.

Un museo bajo tierra
Las formas que adoptan las rocas son el resultado del discurrir constante del agua que, abundante en minerales, pasa a través del cedazo de las capas de piedra caliza y baña con lentitud milenaria las estalactitas, esos conos invertidos por los que se desliza el líquido en su camino al río subterráneo y hacia el piso de las cuevas para formar, a su vez, las estalagmitas. Ambas terminan por unirse y dan origen a anchas columnas.

Algunas figuras reciben el nombre de banderas por sus ondulaciones creadas gracias a una brisa imperceptible pero constante, que a lo largo de miles de años ha actuado como un cincel. Otras tienen aspecto de conchas de mar y de candelabros infinitos; y otras más desafían la gravedad y apuntan hacia todos lados.

A este paisaje subreal los sacerdotes mayas venían a desvelar lo que el futuro le tenía reservado a su pueblo. De hecho, cerca se han hallado varios templos que, según el Popol Vuh -el equivalente de la Biblia para los mayas- conducía al inframundo, llamado Xibalbá. "La idea de los mayas era descender al inframundo, derrotar a los dioses que habitaban allí y emerger de nuevo purificados, como lo hace el sol cada día", en cuya entrada se destaca una pequeña cruz al lado de un árbol.

Para los mayas, nueve dioses subterráneos los separaban del suelo y trece le rendían tributo a la vida sobre la tierra, por ello durante sus cerca de 3.000 años de existencia les construyeron majestuosos templos en territorios que hoy son Belice, Guatemala, Honduras, El Salvador y México.

No olvide visitar
La historia de esta civilización puede apreciarse en parte en un lugar como Cobá, una ciudad de 99 kilómetros cuadrados, devorada por la selva. Todo allí es plano a excepción de las elevaciones que delatan las casas y los templos de sus antiguos habitantes. En este sitio, 172 kilómetros al sur de Cancún, los turistas llegan a la punta de la pirámide de Nohoch Mul, de 43 metros. Esta es más empinada que el templo de Kukulcán, en la ciudad maya de Chichén Itzá.

También puede contemplarse otra cara del esplendor de esta cultura en Tulum, una ciudad portuaria con jardines de flores anaranjadas, amarillas y rojas donde las ruinas de las construcciones se destacan por estar situadas sobre un acantilado con vista sobre una playa blanquísima que armoniza con los varios tipos de azul del Caribe. Allí, en 1518, se estima que los mayas vieron por primera vez los barcos de los conquistadores españoles.

Unos y otros tuvieron que haber quedado deslumbrados. Los mayas debían estar sorprendidos a causa de los grandes y extraños barcos que navegaban frente a su costa; y los españoles, por la vista de una ciudad con edificios y torres que les recordaban a Sevilla.

Una admiración similar a la que ocurre hoy en la caverna cuando al salir de nuevo al sol pensamos que 25 metros bajo la superficie la vida fue posible para los mayas.


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