Los humanos por lo común se admiran al
ver la altura de los montes y las grandes olas del mar.
Aprecian
las anchurosas corrientes de los ríos, la latitud inmensa del océano y el curso
de los astros.
Pero,
qué falla, se olvidan de
lo mucho que tienen que admirar en sí mismos.
La
anterior es una aguda y valiosa reflexión de San Agustín, una de las mentes más
lúcidas que han estado en la Tierra.
El humano viaja mucho o poco y no se
percata de que el viaje más importante es hacia su interior para conocerse y
sentir a Dios.
Aprende
de los sabios que se hicieron tales con la práctica asidua de amar el silencio
y con la relajación y la meditación.
Así fue como Sidartha Gautama despertó,
y Jesús solía retirarse a meditar solo y estar en comunión con Dios.
De los
1.440 minutos de cada día ¿cuántos dedicas a tu espíritu? ¿Lo nutres a diario o
anda famélico y agobiado?
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