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REFLEXIÓNES SOBRE LA VEJEZ



Con el paso del tiempo se van produciendo en las personas una serie de transformaciones que llevan poco a poco a una nueva situación.  La persona se hace mayor. El envejecimiento es una evolución progresiva, normalmente lenta, pero irreversible, que va conduciendo a los seres al final.De este proceso no se puede huir. Si se vive, llega para todos.

El envejecimiento arrastra una serie de limitaciones físicas, que no en todos se dan de la misma manera, ni en la misma edad, ni con el mismo ritmo. También mental y psíquicamente se dan cambios; disminución de memoria, se limita la atención, baja el rendimiento en los trabajos en comparación con otras edades, etc.

“Si el puro vivir cristiano es una vocación, no menos vocación es el morir”.

Nadie puede escapar al envejecimiento, pero cada uno puede intervenir decisivamente en su modo de envejecer. No podemos detener el desgaste de los años ni el quebranto y deterioro que causa la edad, pero hay factores que sí dependen de  nosotros. Por eso hay muy diversos modos de ser mayor. Se puede ser paciente, amable, cariñoso, agradecido; o se puede ser irritable, egoísta, crispado y crispante.

Sería grave error pensar que esta edad se puede vivir como se vivieron las anteriores y que nuestro ritmo tiene que ser el de siempre y nuestras obligaciones las de antes, como si, sin nosotros el mundo fuera a detenerse.

 “La vida humana puede compararse con el recorrido del sol. Por la mañana asciende e ilumina el mundo. A medio día alcanza su cenit y sus rayos empiezan a disminuir y a decaer. La tarde es tan importante como  la mañana, pero sus leyes son distintas:”

La vejez lleva aparejadas limitaciones y problemas, pero también encierra muchas posibilidades. Como todas las edades tiene sus propias características

Sería grave ignorar que la vejez nos ofrece la posibilidad  de culminar nuestra vida.

Se impone por lo tanto aceptar la situación y adoptar una postura abierta y positiva, porque bien vivida, puede ser la culminación y el coronamiento de la vida, una etapa sin la cual la vida quedaría como inacabada e incompleta.

Esto sería la máxima bendición para cerrar nuestra existencia, después de haber agradecido a Dios lo mucho que ha puesto a nuestra disposición, someter a su benevolente misericordia, el perdón de lo que, sin duda, no hemos sabido corresponder acertadamente y purificar con su gracia nuestra ofrenda, para volver a sus manos con la limpieza y la inocencia que de sus manos salió.

El anciano vive en esta situación tres crisis fundamentales.
    • .- Crisis de identidad: Al verse relegado de sus funciones y responsabilidades se pregunta: ¿Quién soy?, ¿Qué queda de lo que he sido?
    • .- Crisis de autonomía: Que en ocasiones le obliga a depender de otros, circunstancia de difícil aceptación, incluso porque no se quiere ser una carga.
    • .- Crisis de pertenencia, puesto que puede llegar a la convicción de que no sirve para nada y su vida carece de sentido.
No hay duda que lo más grave de la crisis se encuentra a niveles más profundos, cuando el anciano, al repasar su vida considera sus anteriores etapas, cuando todo era juventud, frescura, pujanza y fuerza; cuando estudió una carrera y construyó su vida, sobre la que fundamentó toda su trayectoria vital, apuntando y consiguiendo cada vez metas más altas, y ahora se encuentra desvalido y dependiente…

No hay porqué volver la cara a esta realidad inevitable.

Vivir con serenidad la asimilación de esta verdad, requiere tiempo de meditación y reposo y no se compadece demasiado con la postura de morir con las botas puestas, que puede ser laudable, o puede ser una alienación y una fuga.

La muerte suele ir rodeada de muchas circunstancias, muy variadas y a veces imprevistas, pero la muerte en sí misma no es ninguna circunstancia, sino parte esencial de la vida, que por estar llamada a ser su culminación, cuando se vive rectamente, dedicarle un tiempo de preparación para despedirse en paz de este escenario, donde Dios nos ha amado y nos ha dado la posibilidad de vivir su amor, es muestra de  sensatez, cordura y sabiduría.

No hay duda que la vejez, vivida con calma, en nuestro caso, viviendo con paz la vertiente contemplativa de nuestro carisma, es una gran oportunidad, para culminar la vida como una humilde y hermosa entrega a Dios.

Esta visión cambia completamente la vivencia de la vejez. Ya no se trata de una resignación serena, sino de una aceptación gozosa.

Mozart, cuatro años antes de morir, escribía a su padre moribundo: “Puesto que la muerte es (después de todo) el fin de nuestra vida, he procurado desde hace un par de años,  tomar contacto con esta verdadera y mejor amiga del hombre, de modo que su imagen no tenga para mí nada terrorífico, sino algo mucho más tranquilizador y consolador. Y doy gracias a Dios, que me ha proporcionado la dicha de tener la ocasión (usted me comprende) de conocer y descubrir esta amiga como la llave hacia nuestra verdadera felicidad.

Son conocidas las posturas que se oponen a este planteamiento y no sólo teóricamente.

Se suelen señalar como posicionamientos equivocados:
    • Negar la realidad,
    • Aferrarse al pasado,
    • Encerrarse en sí mismos,
    • Cierto endurecimiento, que suele llevar, desde la inseguridad a la intolerancia,
    • Una cierta huida de Dios
Conviene aquí recordar que nuestra vida religiosa tiene un elemento contemplativo, que en la edad mayor podría encontrar un lugar privilegiado, al tiempo que podría enriquecernos individual y colectivamente.

En general, todos hemos dedicado muchos años a la vida activa, con una  dedicación que, con frecuencia, no dejaba demasiado tiempo para cuidar la parte espiritual. El vértigo de la acción lo justificaba todo.

W.V. Humboldt decía: “Antes de morir, me gustaría pasar unos años de absoluta tranquilidad, totalmente retirado de asuntos mundanos. Me parecería que en la vida me hubiera faltado algo si no pudiera tener antes de morir, un tiempo para el más puro ocio.”

¿Quién se cuidará, llegado el momento, de decirnos que ya es hora de vivir, alabando a Dios y dándoles infinitas gracias, pero retirados de todo acto público?

A partir de la mitad de la vida sólo se conserva vital el que está dispuesto a morir.

 “La ancianidad es un tiempo precioso y muy valioso, que merece la pena vivirse en sí mismo como etapa  con pleno sentido, sin otras dedicaciones que distraigan de lo principal.”

 “La vejez se convierte en una gracia decisiva de Dios. Lo decisivo es dejarle obrar a Dios. Y Dios obra en nosotros a través de la vida y de las experiencias que se producen en ella.

Si le dejamos hacer, Dios nos va trabajando a través de los desengaños, de las renuncias, de la impotencia y del vaciamiento que la vejez trae consigo. A lo largo de los años hemos trabajado, nos hemos esforzado y, tal vez, nos hemos llenado mucho, no de Dios, sino de nosotros mismos. La vejez puede ser el giro positivo, la última oportunidad que se nos ofrece para dejarnos vaciar y desnudar por Dios y ser llenados y vestidos por su gracia.”

La vejez debe ser un tiempo sin estrés.

Aprender a no ser joven es el aprendizaje más largo y más difícil de la vida.

La vejez es la suma de toda la vida, milagro y nobleza de la personalidad
humana.

Saber envejecer es la obra maestra de la sabiduría y una de las partes más difíciles del gran arte de vivir.

Todos deseamos llegar a viejos, y todos negamos que hemos llegado.

Una hermosa ancianidad es, ordinariamente, la recompensa de una vida bella.

Los hombres son como los vinos, la edad daña los malos y mejora los buenos.

La vejez no es triste, porque cesan las alegrías, sino las esperanzas.

Envejecer es lo más inesperado que le sucede al hombre.

La vejez es tiempo de practicar la sabiduría.

Dichoso ha de ser el viejo que ha vivido una vida hermosa.

Si quieres ser viejo mucho tiempo, hazte viejo pronto.

Es preferible ser viejo poco tiempo que serlo antes de la vejez.

El atardecer de una vida debe tener un significado propio y no ser un apéndice del amanecer.

En los ojos de los jóvenes hay fuego, en los de los ancianos luz.

Nadie es tan viejo que no pueda vivir un año más.

 “Quemad viejos leños, leed viejos libros, bebed viejos vinos, frecuentad viejos amigos.”

Con buenos amigos no hay camino largo

Al nacer cada mañana, tan sólo le pido a Dios, casa limpia donde vivir, pan tierno para comer, un libro para leer y un cristo para rezar.

Al llegar a la edad de la jubilación, nos esforzamos por desprendernos de las funciones y cargos que ejercemos, cuando la salud o la edad lo aconsejan

Sabemos prepararnos para la vejez de modo que, en lo posible, no supongamos una carga para nuestros hermanos.

La vejez es un tiempo propio, que sería conveniente vivirlo de modo acomodado a su ser, que se diferencia de la juventud y de la edad adulta, como el atardecer de la mañana, pero los dos tienen sentido y sus reglas propias.

Los gerontólogos, señalan que hay tres estadios en la vejez.
Los viejos jóvenes, de los  65 a los 74  años,
los viejos viejos, de los  75 a los 84  años,
los viejos viejísimos, de los 85 en adelante.

Se ha dicho la Biblia que a veces ponderamos el ser sobre el tener, el ser sobre el hacer, no debemos regatear este tiempo saludable, tiempo de gracia y de conversión para que podamos cerrar nuestra vida


REFLEXIONES DE UN SACERDOTE SOBRE LA VEJEZ
En la vejez, se encuentra la sabiduría forjada por años de experiencias y aprendizajes. Es un tiempo de reflexión, gratitud y aceptación. La vejez nos invita a apreciar las pequeñas alegrías, a valorar las relaciones duraderas y a encontrar la paz interior. En este ciclo de la vida, la conexión con lo espiritual se intensifica, brindando consuelo y serenidad. La vejez no solo es el cierre de un capítulo, sino la culminación de una vida plena, marcada por el amor, la comprensión y la trascendencia. 
¡Que la vejez sea un tiempo de sabiduría, amor y gratitud!

El sol acarició mi faz,
¡Vida no me debes nada!
¡Vida estamos en paz!

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