En un producto tan consumido a lo largo de la historia no
es de extrañar que hayan surgido numerosas creencias falsas relacionadas con el
consumo y las propiedades de la leche. Algunas han llegado hasta nuestros días.
Mitos
Resulta
beneficiosa para la piel. Nuestros antepasados relacionaron el consumo
de leche con el rejuvenecimiento de la piel, al observar que la de los niños
lactantes era suave y tersa. La
realidad es que, aunque la leche tiene ciertas propiedades protectoras,
pues de hecho se ha empleado mucho en cosmética, no por consumirla con mayor frecuencia se consigue un
efecto real e importante sobre la dermis.
Es
peligroso tomarla después de la lactancia. Desde hace ya unos años,
existe una corriente de opinión que considera la leche un producto negativo.
Los defensores de esta teoría argumentan que ningún mamífero vuelve a probarla
después del destete y que el aparato digestivo del bebé está preparado para
digerir la leche materna sólo durante la lactancia, ya que después desaparecen
de manera natural las enzimas que la metabolizan. Se trata de unas afirmaciones
falsas. Los animales no consumen leche porque no son ganaderos; de hecho no la
desprecian cuando se la ofrecemos. Sí es cierto que las personas o los grupos
sociales que no toman leche regularmente pierden las enzimas que la digieren,
especialmente la lactasa, pero sólo por dejar de consumirla. Así, en los países
nórdicos es raro ver intolerancias a la lactasa, mientras que en África se da
justamente el fenómeno inverso. En España, este problema podría afectar hasta
el 20% de la población.
Siempre
hay que hervirla. La única leche que debe cocerse es la que se compra
cruda, es decir, la que no ha sido sometida a ningún proceso de pasteurización
o esterilización. Si se hierve en exceso, la leche pierde parte de su valor
nutritivo, por lo que no hay que abusar del calentamiento intenso. Otra cosa es
calentar el desayuno con el microondas, ya que esto no implica ninguna merma
nutricional.
No
se debe mezclar con frutas. Popularmente se acepta que la leche no debe
combinarse con frutas ni zumos cítricos. En realidad, no existe ningún estudio serio que haya
encontrado una sola razón para no hacer esta combinación. Quizás pueda
justificarse por el hecho de que al mezclar, por ejemplo, zumo de naranja y
leche, ésta normalmente se corta. Y existe la creencia errónea de que la leche
cortada es insana. La leche se altera debido a que en ella crecen
microorganismos que degradan la lactosa y producen ácido láctico. Cuando la
concentración de éste empieza a ser elevada, las proteínas principales de la
leche, las caseínas, son incapaces de mantenerse en solución y precipitan. Esto
es lo que vulgarmente se conoce como cortado o cuajado de la leche. Estas
bacterias acidificantes pueden ser peligrosas para la salud. Volviendo a la
mezcla de zumo de naranja y leche, el ácido lo aporta la fruta. El efecto es el
mismo, puesto que hemos acidificado la leche, pero la consecuencia es bien
diferente. No existe ningún peligro para la salud, puesto que la causa no es de
tipo microbiano, sino meramente física.
Encima
de la leche nada eches. Según este dicho popular, después de beber leche
no debe ingerirse nada, especialmente zumo de fruta, ya que hace que se corte
en el estómago, lo que resulta peligroso para la salud. No tiene ninguna justificación. Se puede
ingerir fruta o zumos a la vez que la leche, antes o después, sin que tenga que
ser específicamente malo.
Cuanto
más cara, más rica. Los precios de la leche son muy variables y dependen
en gran medida de los fabricantes. Puede haber muchas marcas, pero fabricantes,
es decir, centrales lecheras que garanticen el suministro, hay muy pocas. En
muchos casos, se trata de marcas que crean una competencia en el mercado. Así,
entre una leche entera de marca blanca, que se presentan con el nombre del
supermercado, y la misma con marca comercial concreta puede haber una
diferencia de 10 céntimos de euro, y esta misma diferencia se mantiene entre
diferentes productos lácteos de distintas marcas. En este sentido, la diferencia de precio no está justificada. Se trata de una
cuestión de marcas y de imagen, que también tiene un precio, pero no tanto por
la calidad del producto en sí.
Si sabe podrida, la leche es de mala calidad. Aunque el tratamiento
térmico de la leche es conservador respecto a la composición del producto,
ocurre con relativa frecuencia que el calor causa una alteración que se conoce
como gelificación de las leches conservadas. Esto ocurre porque se destruyen
los microorganismos, pero no sus componentes, y especialmente sus enzimas, que
pueden atacar las proteínas y la grasa lácteas. Como la leche posee una vida
comercial prolongada, estas enzimas van actuando lentamente y destruyen en
parte dichos componentes del alimento. La consecuencia es que al abrir el envase, ya sea un
tetrabrik o una botella, se nota un sabor a podrido muy desagradable.
Normalmente suele alarmar muchísimo al consumidor, aunque no tiene consecuencias.
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