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LA BUENA COSECHA

En el vasto campo de la vida, cada uno de nosotros siembra las semillas de sus sueños, esperanzas y esfuerzos. Con paciencia y dedicación, trabajamos la tierra de nuestras metas, regamos con perseverancia y enfrentamos los vientos adversos con valentía. Y así, en el transcurso del tiempo, llega el momento esperado: la buena cosecha.

La buena cosecha no es simplemente el resultado de la suerte o el azar, sino el fruto de la constancia y la diligencia. Cada semilla plantada con amor y cuidado se convierte en una promesa de crecimiento y realización. A veces, durante el proceso de cultivo, enfrentamos desafíos inesperados, como tormentas que amenazan con arrancar nuestras raíces. Pero es en esos momentos difíciles donde demostramos nuestra fortaleza y determinación.

La vida nos enseña que la paciencia es una virtud invaluable. Las semillas que plantamos no brotan instantáneamente; requieren tiempo para germinar y desarrollarse. Es durante la espera paciente que cultivamos no solo nuestros campos, sino también nuestras almas. La paciencia nos brinda la capacidad de resistir las adversidades y nos permite crecer a medida que enfrentamos las estaciones cambiantes de la vida.

La buena cosecha no se trata solo de logros materiales, sino también de crecimiento personal. Cada desafío superado, cada lección aprendida, contribuye a la riqueza de nuestra experiencia. Las dificultades no son obstáculos insuperables, sino oportunidades para fortalecernos y florecer aún más. En este proceso, descubrimos nuestra resiliencia y la capacidad de transformar los momentos difíciles en piedras fundamentales para un futuro más fuerte.

Cuando finalmente llega el tiempo de la cosecha, nos maravillamos ante la abundancia que hemos cultivado. Las recompensas son la manifestación tangible de nuestro arduo trabajo y dedicación. Pero, más allá de los frutos cosechados, la verdadera gratificación se encuentra en el viaje: en las lecciones aprendidas, las amistades forjadas y las experiencias que nos han moldeado.

Así, la buena cosecha es el testimonio de una vida bien vivida, donde cada esfuerzo ha sido una inversión en nuestro propio crecimiento y en el bienestar de quienes nos rodean. Nos recuerda que, aunque no siempre podamos controlar las circunstancias externas, sí podemos elegir cómo respondemos a ellas. 


REFLEXION
No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante.

También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada, halándola con el riesgo de echarla a perder, gritándole con todas sus fuerzas: ¡Crece, maldita seas!

Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en no apto para impacientes:

Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente.
Durante los primeros meses no sucede nada apreciable.

En realidad no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto, que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles.

Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas la planta de bambú crece más de 30 metros.

¿Tardó sólo seis semanas en crecer?

No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas para desarrollarse.
Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.

Sin embargo, en la vida cotidiana, muchas veces queremos encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno, y que éste requiere tiempo...

Quizás por la misma impaciencia, muchos de aquellos que aspiran a resultados en corto plazo, abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta.
Es tarea difícil convencer al impaciente que sólo llegan al éxito aquellos que luchan en forma perseverante y coherente y saben esperar el momento adecuado.


De igual manera es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creemos que nada está sucediendo. Y esto puede ser extremadamente frustrante.

En esos momentos (que todos tenemos), recordar el ciclo de maduración del bambú japonés, y aceptar que en tanto no bajemos los brazos, ni abandonemos por no 'ver' el resultado que esperamos, sí está sucediendo algo dentro nuestro: estamos creciendo, madurando.

Quienes no se dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el temple que les permitirá sostener el éxito cuando éste al fin se materialice.

El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación.
Un proceso que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros.
Un proceso que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia.

Tiempo...

¡Cómo nos cuestan las esperas! ¡Qué poco ejercitamos la paciencia en este mundo agitado en el que vivimos...!

Apuramos a nuestros hijos en su crecimiento, apuramos al chofer del taxi... nosotros mismos hacemos las cosas apurados, no se sabe bien por qué...

Perdemos la fe cuando los resultados no se dan en el plazo que esperábamos, abandonamos nuestros sueños, nos generamos patologías que provienen de la ansiedad, del estrés...

¿Para qué?

Te propongo tratar de recuperar la perseverancia, la espera, la aceptación.
Gobernar aquella toxina llamada impaciencia, la misma que nos envenena el alma.....

Si no consigues lo que anhelas, no desesperes...
Quizás sólo estés echando raíces...


NOTA: Con determinación, paciencia y un corazón lleno de gratitud, cosechamos los frutos de una vida plena.

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