Para
Christian Byfield no hay mejor escuela que viajar. Este instagramer ha
recorrido 67 países y afirma a ojo cerrado que lo único que una persona puede
comprar y que lo hará más rico es un viaje. Estas son cinco lecciones que ha
aprendido durante sus recorridos.
El 22 de diciembre de 2013 decidí tomar las riendas de mi
vida. Dejé de seguir el
camino del deber ser para emprender un sueño. Cambié la corbata por una mochila
y transformé mi oficina de dos por tres metros cuadrados a una donde siempre
estoy bajo el sol. Hoy dedico cien por ciento de mi tiempo a lo que me
apasiona y me hace vibrar: promover destinos alrededor del mundo a través de
las redes sociales. Por ahí dicen que un viaje es lo único que una persona
puede comprar que la vuelve más rica. Si me preguntan a mí, firmaría esa frase
a ojo cerrado.
Soy
testigo de que no hay nada más especial, más completo que viajar y no hay libro que más enseñe
que un pasaporte. Aquí les comparto cinco aprendizajes que me han dejado
mis viajes alrededor del mundo en los últimos años.
1.
Viajar nos abre la mente: Según Mark Twain, “viajar es fatal para los
prejuicios, el fanatismo y la estrechez de mente”. Mientras más salga uno, más
deja de juzgar a los demás porque se pone en los zapatos de los otros. Un
ejemplo: cuando llegué a Irán mi cabeza estaba cargada de prejuicios por todo
lo que mi familia, las noticias y mi gente
cercana en Colombia me decía sobre ese país. Que no fuera irresponsable;
que no visitara esa zona de Medio Oriente, que era muy peligroso.
Cuando llegué me di cuenta de todo lo contrario: es la
gente más linda y más hospitalaria que he conocido. Muchas de las personas que
conocí en los buses me hospedaron en sus casas con su familia. Les cuento otra
anécdota. En Etiopia, una mujer afar se me acercó un día para preguntarme
porque no tenía dientes lindos. Después me explicó que para ellos una hermosa
dentadura implicaba tener dientes afilados en forma triangular. Para ellos los
míos eran muy feos.
Eso me hizo pensar que todos miramos a la misma luna,
pero vivimos en mundos totalmente diferentes.
“El concepto de belleza no es
universal. Eso lo asimilé con esta mujer afar, en Etiopía. Para su
comunidad mis dientes no eran bonitos porque no se ajustaban a su estándar
estético”.
2.
No hay que ser millonario para viajar: cuando yo tenía 18 años pensaba
que viajar era carísimo. Gracias a mi profesor de biología aprendí a mochilear
y a que un viaje no tiene que tener una planeación exhaustiva sino que va fluyendo
cada día al ritmo de las oportunidades que van surgiendo. Viajar no implica
cruzar fronteras y quedarse en un hotel. El mundo da para todos los
presupuestos y uno puede planear desde un viaje en su mismo departamento hasta
uno al otro lado del planeta en Uganda para ver gorilas de espalda plateada. Es
preciso viajar con la mentalidad de que todas las cosas siempre saldrán bien y
cuando no, siempre habrá una solución. Hay hostales donde uno comparte cuarto
con otra gente.
Sí, son desconocidos, pero viajeros igual que uno, y no
nos van a hacer ningún daño (recuerde que hay que tener la mente abierta).
Obvio, lo hay que dar papaya y dejar la billetera abierta en la cama. También
hay plataformas como couchsurfing, que hospedan gratis en cualquier parte. Hay
vuelos con conexiones eternas, pero que finalmente lo llevan al destino
ahorrándole muy buena plata. En Europa cocinar es una muy buena idea para
ahorrar dinero en restaurantes. En los hostales y en las casas de couchsurfing
siempre hay una cocina para hervir un par de huevos duros para el almuerzo. Lo
importante es no dejarse llevar por las excusas sino buscar alternativas.
“No siempre hay que tenerlo todo
planeado. Cada día trae sus desafíos y soluciones. Aquí, en la Guajira, en
camino al cabo de la Vela, en un trayecto arenoso y económico. Eso sí, no muy
cómodo”.
3.
Viajar nos desapega de lo material: imagínese lo que sería empacar todas
sus pertenencias para un viaje de un año. Esa fue mi primera lección cuando
emprendí mi vuelta al mundo. En ese momento me di cuenta de que uno solo
necesita un buen par de zapatos, cinco camisetas, cinco boxers, cinco pares de
medias (que se reutilizan muchas veces antes de ser lavadas), dos pantalones,
dos vestidos de baño y un par de sandalias.
Ese fue mi equipaje para ese viaje que finalmente no duró
un año sino 25 meses. Mi maleta era un morral que empezó pesando 18 kilos y
que, para cuidar mi espalda, tuve que bajar a apenas 14. Ahí deje de mirar
tiendas porque todo lo que comprara lo tendría que cargar. Aprendí a quitarme
esas ideas de que se necesitan muchas cosas para ser feliz.
En realidad solo se necesita lo indispensable. Incluso, a
medida que avanza el viaje uno se vuelve más fresco y descomplicado con la
lavada de la ropa. Yo lavaba cada tres semanas y no hubo problemas. A veces,
donde no había duchas, los pañitos húmedos fueron una gran alternativa. Con
todo ese proceso observé que me hacía más feliz gastar mi plata y mi tiempo en
experiencias más no en cosas materiales.
“Con
14 kilos es más que suficiente para sobrevivir un año. Muchas de mis duchas en
este recorrido por el oeste australiano fueron con pañitos húmedos”.
4.
Un viaje es lo único que podemos comprar que nos hace más ricos: viajar tiene cuatro etapas de
mucha felicidad. La primera es el sueño de ir a un destino. Luego viene
la planeación que implica comprar tiquetes, investigar el trayecto, hacer
itinerarios y seguir soñando. Luego viene vivir la experiencia, que nos hace
sentir vivos porque logramos conocer gente y sitios nuevos. Nos tomamos fotos,
videos, exploramos la comida exótica que nos ofrece ese sitio y conocemos
gente. De todo esto quedan experiencias que uno lleva guardadas en la cabeza
por el resto de la vida.
De esta manera uno no solo se enriquece enormemente sino
que recibe un retorno en inversión (todavía recuerdo algo de cuando trabajaba
en finanzas) más grande que el que nos daría un objeto. No lo digo yo. Lo dice
la ciencia. Numerosos estudios científicos demuestra que uno se acostumbra
rápidamente a las cosas materiales. Nadie recuerda el grandioso día en que
compró un sofá, pero no hay palabras para describir la emoción de re
encontrarse con una persona que conoció en un viaje. En términos de felicidad,
ya saben dónde invertir su plata.
“Cada
vez que miro mi álbum de fotos, revivo mis viajes como si hubieran sido ayer.
No hay nada que me enriquezca más que eso. Estas son amigas de Tanzania,
Indonesia, China y Panamá”.
5.
Viajar solo es una delicia: Uno cree que viajar solo es difícil, que
implica estar consigo mismo todo el tiempo, pero eso no es así. Tiene muchas
ventajas, una de ellas es que uno hace lo que se le da la gana. Un día invité a
veinte amigos a India y nadie salió con nada. Así empezó mi primer viaje solo a
los 19 años y sentí, como dicen por ahí, que la vida empieza al final de tu
zona de confort. Claramente al comienzo uno se siente raro estando solo,
almorzando solo, yendo a cine solo. Pero como ya tenemos nuestra mente abierta,
no nos importa lo que los demás piensen. Además, al viajar acompañado uno no
tiene la necesidad de conocer personas, pero estando solo sí. Una de las cosas
más increíbles de un viaje es conocer gente. Viajando solo a uno le pasan
muchas cosas increíbles como mi experiencia en Yibuti, en el cuerno de África,
al lado de Etiopia, donde conocí una familia italiana -integrada por papá, mamá
y dos hijos- en la fila de inmigración del aeropuerto.
Me les acerqué y les pregunté si querían alquilar un
carro conmigo. Eso hicimos durante tres días, y un año después me hospedaron en
su casa en Milán. Conocí a los abuelos, a los tíos, me llevaron a su trabajo,
conocí sus vidas cotidianas, me llevaron a su casa de veraneo en el lago di
Como, y aprendí que, efectivamente, los italianos sí dicen ‘mamma mia’.
Generalmente lo que sucede es que las personas con las que uno se cruza tienen
mucho en común con los intereses propios. Por ahí dicen que los viajeros
recuerdan personas y los turistas monumentos. La mejor forma de conocer
personas es en los hostales, hay miles viajando solos por el mundo. Usted no va
a estar solo. Así que a abrir
su mente, a invertir su plata en un buen viaje y a
disfrutar. Uno solamente vive una vez.
“Con la familia Noseda nos conocimos en una fila de
inmigración en el aeropuerto de Yibuti y un año más tarde pasé una temporada
con ellos en su residencia del lago de Como. Una de las cosas más mágicas de un viaje es conocer
personas”.
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