«Hola
Ileana. No se por dónde empezar. Igual pidiendo disculpas
por confiar en ti. Curioso que quiera saber tu opinión y criterio en algo tan
delicado como lo que voy a contarte, pero la quiero saber. No me sirven juicios
ni opiniones de las mujeres que me rodean porque la conozco de antemano y no
tienen nada que ver conmigo en mi forma de entender y vivir la maternidad.
Estoy
viviendo algo así como una crisis de maternidad, si es que eso existe. Me
siento angustiada y culpable por ello. No tolero a mis hijos, no les disfruto.
Pierdo la paciencia enseguida, me cuesta empatizar, conectarme con su mundo, me
molestan sus gritos, sus peleas constantes, sus llantos, sus exigencias, sus
demandas. Cuento las horas para que se duerman, no juego
con ellos, no les escucho, no les abrazo.
Siento
a ratos que me ahogo y sólo quiero llorar. Me falta la energía y añoro un poco
de silencio, de serenidad. El día empieza temprano y ahí
mismo los conflictos, las peleas, los accidentes, los "no quiero",
"no, no y no", los "porque yo lo quiero", sus pequeñas
tiranías. Lavarse las manos para comer es una cruzada digna de un ejército,
lavarse los dientes, meterse en el agua, lavarse el pelo, recoger la ropa del
suelo, no tropezar con los miles de juguetes esparcidos a cientos por todo el
suelo, y así, inventando cada segundo qué hacer para canalizar toda esa energía
pasan horas y horas, sin un minuto para mi, sin un minuto para leer una hoja de
un libro, escribir a una amiga, llamar por teléfono, cruzar tres frases
seguidas con mi marido, hasta las once de la noche donde todo se vuelve aún más
dificil por el efecto del cansancio. Y luego está el resentimiento de mi
pareja, que me exige la perfección, la paciencia, la dulzura, la compresión, la
contención, la improvisación, la fuerza que siento que no tengo, que tal vez no
poseo.
Y me traslado a un lugar oscuro donde lo peor
de mí misma aflora y veo a una madre incompetente, que no sabe dar lo que los
otros necesitan, profundamente imperfecta, llena de agujeros por donde se
escapa la que quiero ser, la que aspiro a ser, pero obviamente no soy. Miro
hacia afuera y veo el pais de las maravillas: madres seguras, amorosas, llenas
de recursos, pura poesía. Te veo a ti, por ejemplo, enamorada de tu hija,
percibiéndola aún como el mayor regalo que te ha hecho la vida, disfrutándola.
Y me pregunto qué me está pasando, qué coño se me está rompiendo por dentro y
cómo hago para salir de esta sensación de asfixia. En fin Ileana, también
entendería que ni contestaras, a veces determinados ejercicios de desnudez
emocional resultan soeces para quienes los reciben. Un abrazo.»
Mi respuesta:
LA ACEPTACIÓN COMO ÚNICA VÍA DE SANACIÓN
Querida M:
Aunque
las noticias no sean buenas, no sabes lo que me conmueve y me remueve tu
confianza. Gracias.
Vamos a ver si puedo ayudarte en algo, intentando ir por partes.
Lo
primero: una madre necesita ser sostenida para poder sostener a sus hijos.
Estás sola, estamos muy solas. El sostén que recibimos en
nuestra infancia, a ojos vistas fue muy insuficiente para servirnos hoy. El que recibimos hoy sigue
siendo insuficiente: no familia, no tribu, no amigas, solo un marido que a
duras penas llega de noche a casa, con el pan de cada día y las facturas
pagadas. "Patrocinador" llamo yo al mío a veces, medio en
broma medio en serio. Llegará el día en que los dos podamos trabajar cada uno 4
horas, y el resto dedicarlo a la familia, pero todavía el sistema laboral es
decimonónico. Lo que te pasa: la niña desamparada, rabiosa y necesitada que
fuiste, sigue estando ahí, y aflora precisamente cuando más fuerzas necesitas. No las hay, simplemente, y hay
que aceptarlo.
Lo segundo: qué fácil es para tu marido salir
a trabajar 8 horas y volver a casa, y esperar que tú hayas tenido las toneladas
de paciencia y de dulzura necesarias. Qué fácil es para él (como para mí, como
para ti) saberse tan bien la teoría. Y no digo que no sea una persona
maravillosa, que también lo es. No se trata eso. Se trata de energías emocionales para estar día tras día
24 horas amorosamente con los niños: no
las tenemos. Necesitamos apoyo, como dice Laura Gutman, una madre sola, la
familia nuclear, no es buena para criar hijos. Necesitamos una tribu
amorosa y sostenedora (tampoco depredadora como han sido muchas veces las
familias hasta ahora).
Por
eso, quizás, mi hija va al colegio. En el fondo de mi
inconsciente, y cada vez más consciente, sé que yo no puedo permanecer 24 horas
con ella y que todo fluya, darle todo lo que necesita. No, yo sola no puedo.
Por eso, quizás piensas en el fondo si no debes escolarizar a los tuyos. Yo sé que no sirvo para
homeschooling, no tengo la disponibiildad, la paciencia, la capacidad
organizativa para estar con mi hija en casa, al menos desde dentro de este
sistema, en la casa y en las condiciones en que vivo. Todavía si pudiera
largarme a estar tirada todo el día en una playa del Caribe... descalzos y
corriendo por la naturaleza... a lo mejor...
Por eso, todo el mundo hace lo que mejor puede
en sus circunstancias. También el que escolariza pronto, la que no da la teta,
la que aplica el Estivill... porque si se auto-exigiera más, no puede,
enloquecería o maltrataría todavía más.
Por
eso, tenemos que dejar de pretender ser perfectos, y aceptar que nuestros hijos
van a un colegio, que no es ideal, que tiene miles de fallos, que el sistema
educativo es caduco y necesita un revulsivo urgente...
pero que dentro de eso, intentaremos darles lo que el sistema no les puede dar.
O que ven la tele más de lo que debieran, o que comen más chuches de lo que
deberían...
Aceptar
que no podemos llegar a donde teóricamente vislumbramos que podríamos o
deberíamos llegar, que la perfección no existe, que en todas las familias hay
basura bajo la alfombra, y que bastante hacemos con cobrar conciencia de tantas
cosas... pero que de ahí a ir sanando las nuestras hay un
largo camino por recorrer, que nos llevará toda la vida. Abrazar nuestra sombra
como tú lo has hecho, es el acto verdaderamente sanador.
Negar
que los niños necesitan teta, tiempo, compañía, disponibilidad, juego, compañía
para dormir... es el camino inconsciente que la gente
utiliza para no reconocer que en realidad lo que sucede es que no estamos en
condiciones de ofrecérselo, que no tenemos la disponibilidad emocional
necesaria. Que ni nosotros individualmente, ni nuestras familias, ni nuestra
sociedad está organizada y preparada para ofrecer todo ese confort que los
niños necesitan.
Aceptar
que sí, que todos los bebés y niños pequeños necesitan eso, es el primer paso
para la sanación sincera de nuestra maternidad y nuestra crianza. Ése ya lo
hemos dado, al menos a nivel personal. Falta darlo a nivel social.
Pretender que somos superwoman, heroínas, todo
el tiempo enamoradas de nuestras crías y con una sonrisa en el rostro para
jugar con ellos, para satisfacer sus demandas, para no levantar la voz, para
llenar el agujero negro de amor que chupan todo el día... para estar todo el
día disponibles para ellos, para el marido, para nuestros jefes, para la suegra
y para las vecinas, es también falso e imposible.
Aceptar
esto, es el segundo paso para la sanación de sincera de nuestra maternidad y
nuestra crianza.
Sólo desde la aceptación simultánea de esas
dos realidades, se produce la toma de conciencia y podemos avanzar. Tanto la
negación de la verdad ("nuestros bebés no nos necesitan") como el
autoengaño ("qué perfecta soy, qué bien lo hago") son neuróticos y
peligrosos. En esa humildad, en esa conciencia, creo que comienza la cura, la
posibilidad de reubicarnos y de construir una maternidad legítima, con más
felicidad, desde ahí quizás recobremos la energía necesaria.
Reconocer nuestra humanidad, aceptar nuestras
limitaciones, y confiar en que aún así lo que ofrecemos a nuestros hijos es
mucho, es todo lo que somos capaces, que estamos en el camino, que les estamos
dejando una herencia psico-emocional mejor que la que nosotros recibimos, nos
permite darnos un respiro, dedicarnos unos momentos para nosotras, pararnos
para recuperar fuerzas, recuperar nuestra dignidad y nuestra autoestima
maltrechas, y seguir andando hacia ese lugar mejor donde estamos seguras
podemos llegar. Mañana mejor que hoy.
Nuestros hijos deben saber también que somos
humanas, que no somos perfectas, que se nos acaba la paciencia, que flaqueamos,
que nos enfadamos sin querer, que pedimos perdón cuando los tratamos mal a
nuestro pesar... para que ellos puedan permitirse también flaquear, enfadarse,
o entristecerse, expresarlo, y pedir ayuda.
Intenta buscar tribu, en casi todas las
ciudades están surgiendo grupos de apoyo a la crianza, grupos de madres
amorosas que podemos apoyarnos unas a otras. Quizás puedas acercarte con los
niños por las mañanas y cambiar aires, recibir energías.
Y aquí estoy, para lo que necesites y desde
aquí pueda ayudarte.
Un
abrazo inmenso, hondo!!! A ti, y contigo a me abrazo a mí misma, a todas las
madres, mujeres, padres y hombres del
mundo
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