El
interés por la meditación no deja de crecer, así como el número de personas que
la practican. Sin embargo, a veces se despiertan muchas dudas sobre el tema,
debido a que el mismo término es ambiguo y a que hay numerosos métodos y
técnicas de meditación. Aunque hay una meditación propiamente analítica
(utilizando el pensamiento de modo consciente, voluntario y bien dirigido), la
mayoría de los ejercicios de meditación evitan el discurso mental, frenan o
ignoran los pensamientos y entrenan metódicamente la atención mental pura, que
es aquella que se limita a captar, libre de juicios, prejuicios, comparaciones
o etiquetas.
Para poder adiestrar la mente y desarrollar la atención,
se recurre a buen número de apoyos o soportes, que sirven de ayuda para calmar,
estabilizar y esclarecer la mente.
Los
apoyos o soportes son de lo más variado, entre otros:
La
respiración.
La
postura corporal.
Las sensaciones corporales
La fijación de la mente en un soporte como una figura
geométrica, un color, un punto de luz o un disco de color.
La
contemplación atenta e inafectada de los contenidos (pensamientos y
emociones) de la mente.
La
atención alerta y serena aquí y ahora, atenta a todo pero a nada en
concreto.
La erradicación de pensamientos, evitando dejarse pensar
por ellos y cortando el discurso mental.
Determinadas visualizaciones.
La recitación de un mantra.
La
observación alerta y ecuánime de todos los procesos psicosomáticos que se vayan
produciendo, captando cómo surgen y como se desvanecen.
La irradiación de compasión, benevolencia y amor.
Los procedimientos de interiorización y ensimismamiento,
conectando con el silencio interior y la presencia de ser.
Y la
ya mencionada meditación analítica, donde se escoge un tema para
penetrar en el mismo y dilucidarlo a través del pensamiento ordenado y el
discernimiento.
La
meditación no es fácil y se aprender a meditar, meditando. Surgen
distintos obstáculos: molestias corporales, tedio, desosiego, desgana,
agitación mental, somnolencia y otros. Hay que encararlos con ánimo firme y ecuanimidad.
Cada vez que la mente burla la voluntad del meditador y evada el ejercicio, hay
que tomarla con paciencia y firmeza y reconducirla al mismo, una y otra vez, cuantas veces
sea necesario y sin exasperarse.
Mediante
la práctica de la meditación, van intensificándose los denominados factores de
iluminación o autodesarrollo: energía, atención, ecuanimidad, contento
interior, sosiego, visión de la realidad, lucidez y otros. Todo ello va
modificando los viejos modelos de pensamiento y desarrollando una manera de ver
más cabal y penetrativa.
La
meditación no es relajación ni tiene por qué ser placentera. Hay
meditaciones tormentosas, que drenan el “pus” del inconsciente y en las que hay
que emplearse a fondo para mantener la ecuanimidad. En esos casos la meditación es como una operación
quirúrgica de la mente y sin anestesia. El mismo Aurobindo declaró: “Durante años he limpiado el
fango de mi subconsciente”.
A
través de la meditación regular el practicante va modificando muchas de sus actitudes
y cambiando estados de ofuscación mental por otros de lucidez y perspicacia.
La meditación es un
adiestramiento mental para ir reorganizando la vida psíquica y obtener otra
manera de percibir y manifestarse. Pero no basta con la meditación
sentada y hay que tratar de complementarla con la meditación en la acción, es
decir, tratando de permanecer en la acción más atento y ecuánime.
La
práctica de la meditación tiene que irse apoyando en la ética genuina y en el
entendimiento correcto o sabiduría. Hay que tratar de incorporarla a la
vida diaria como cualquier otra actividad más y no sentirla como un deber, sino
como una preciosa oportunidad para estar con uno mismo en paz en medio de un
mundo agitado y convulso.
Mediante
la meditación uno conecta con lo más real de sí mismo y por eso Babaji
Shibananda de Benarés declaraba: La meditación es el camino mas directo hacia
el ser.
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