Hacia
los años sesenta del siglo pasado el
químico francés Louis Pasteur propuso la "teoría germinal de las
enfermedades", según la cual todas las enfermedades eran causadas y
propagadas por alguna forma diminuta de vida que se multiplicaba en el
organismo enfermo, pasaba de ese organismo a otro sano, lo hacía
enfermar, etc.
Pasteur,
sin embargo, estaba trabajando a la sazón con una enfermedad mortal, la rabia
(también llamada hidrofobia), y descubrió que aunque la enfermedad era contagiosa y podía
contraerse por el mordisco de un animal rabioso, no se veía el germen por
ningún lado. Pasteur concluyó
que el germen sí que estaba allí, pero que era demasiado pequeño para verlo con
el microscopio con que trabajaba.
Otras enfermedades también parecían carecer de germen,
quizá por la misma razón. Un ejemplo era la "enfermedad del mosaico del
tabaco", que atacaba a las plantas del tabaco y producía como síntoma un
dibujo en forma de mosaico sobre las hojas. Triturando éstas, se podía extraer
un jugo que ocasionaba esa enfermedad en plantas sanas, pero el jugo no contenía ningún germen que fuese
visible al microscopio.
¿Hasta
qué punto se podía fiar uno de los microscopios en el límite mismo de la
visibilidad? El bacteriólogo ruso Dimitri Ivanovski abordó en 1892 el
problema por un camino diferente: utilizó un filtro de porcelana sin vidriar que retenía cualquier
organismo suficientemente grande para poder verlo con los microscopios de
aquella época. Hizo pasar el extracto infeccioso de plantas del tabaco
enfermas a través del filtro y comprobó que el producto filtrado seguía infectando a las plantas sanas.
Ivanovski pensó que quizá el filtro fuese defectuoso y no se atrevió a afirmar que había gérmenes
demasiado pequeños para verlos al microscopio.
En 1898, y de manera independiente, el botánico holandés
Martinus Beijerinck hizo
el mismo experimento y obtuvo igual resultado. Aceptó la validez del
experimento y decidió que, fuese cual fuese la causa de la enfermedad del
mosaico del tabaco, tenía que consistir en partículas tan pequeñas que pudiesen
pasar por el filtro.
Beijerinck
llamó al líquido patógeno "virus", de una palabra latina que
significa "veneno". Como el líquido era capaz de pasar por un filtro sin perder su
calidad venenosa, le dio el nombre de" virus filtrable".
El término fue aplicado más tarde, no al líquido, sino a
las partículas patógenas que contenía. Luego se eliminó el adjetivo, llamando
simplemente virus a dichas partículas.
¿Pero qué tamaño tenían las partículas de los virus?
Beijerínck pensó que quizá no fueran mucho mayores que las moléculas de agua,
de modo que cualquier sustancia que dejara pasar el agua dejaría pasar también
a los virus.
Esto
es lo que decidió comprobar en 1931 el bacteriólogo inglés William Elford. Para
ello utilizó membranas de colodión con orificios microscópicos de diversos
tamaños. Filtrando líquidos víricos a través de membranas, encontró que
una de ellas tenía unos orificios tan pequeños, que aunque las moléculas de agua pasaban, las partículas
de virus quedaban retenidas. Elford vio que mientras que el líquido no
filtrado transmitía la enfermedad, lo que pasaba por el filtro ya no la transmitía.
De esa manera se logró averiguar el tamaño de
las partículas de virus. Eran
más pequeñas que las células más pequeñas que se conocían; tanto, que
quizá sólo consistieran en unas cuantas moléculas. Esas moléculas, sin embargo, eran moléculas
gigantes.
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