Google Ads

SER SENSIBLE NO ES SER DÉBIL


Nos viven juzgando. A mucha gente le parece equivocado o mal lo que hemos decidido. Con o sin derecho sobre nuestras vidas, dan su opinión, pero disfrazándola de consejo o sabiduría. Y muchas veces, imprimiendo a sus palabras un tono autoritario y muy despectivo aludiendo a que somos hombres y debiéramos contener nuestras emociones, tristezas o lágrimas.

Y eso nos corresponde como seres sensibles. No somos débiles ni estamos limitados emocionalmente por nuestra condición de varones. Al contrario. Muchas veces se dijo y yo lo creo, que el hombre es más noble con sus sentimientos y si se enamora, lo hace más profunda y sinceramente que una mujer.

Pero, volviendo al derecho individual. Nadie, debe tratar con dureza y crueldad a nadie ni desmerecer su entereza. Ya sea la opinión de una esposa, o el padre a su hijo. Debemos ser mucho más cautos y piadosos, cuando corregimos en algo que hace mal o creemos que se equivoca otra persona. No es lo mismo ser firme y concreto en lo que se le indica o lo que pide un educador. Allí sí, se justifica cierta firmeza y certidumbre (no dije autoritarismo ni dureza) que es muy distinto.

Por el contrario, usando un tono cordial, cálido, pausado, y respetuoso de su dignidad como persona independiente, dándole el tiempo necesario (muy distinto en cada uno) para que asimile la enseñanza. Y seguramente, ese ser terminará agradeciendo y admirando a su consejero o instructor por su calidad humana al transmitirle una enseñanza, e inclusive una orden puntual, sobre lo que necesita solucionar, pero con el respeto que merece.

No es lo mismo pegar un grito desaforado y poner cara de perro rabioso, cuando indicamos algo, que manifestar, sin reproches antiguos, el pedido de cambiar una conducta o la pauta de convivencia que corresponda en cada momento. Todo se puede convenir, negociar, conversar, corregir. Y una vez establecidos los nuevos códigos, estos sí, exigirán otra forma de obediencia. Pero que sea mutua, consensuada. No unilateral e impuesta por el de mayor jerarquía y aprovechando la ignorancia del discípulo, la dependencia de nuestros hijos o la menor capacidad intelectual de quien esté a nuestro cargo.

Si al hablar, o enseñar, nos vamos del tono correcto y el volumen adecuado, se produce el efecto contrario. Esa sutil gama, que va de la palabra tierna al insulto o directamente, el agravio a su inteligencia, sólo va a lograr una obediencia por miedo al castigo y no una verdadera asimilación de lo explicado. Lo que pretendemos enseñar a nuestros hijos o alumnos, deber se algo sensato y que luego le sirva para vivir más productivamente en su futuro como adolescente y adulto.


Pero, con demasiada frecuencia, soltamos un grito atemorizador, amenazante, duro, en reemplazo de la palabra aleccionadora. Y allí empieza un sutil resentimiento en quien, por inteligencia (ya desarrollada, aunque el adulto no la perciba) que se suma a inevitables rencores, dolor, y miedos. Esa criatura, lo demuestre o no, se va convirtiendo en un muñeco sin vida propia, sin capacidad de elección, y como si funcionara por el capricho de sus mayores, mediante un control remoto que obedece según el botoncito que apriete su padre, madre o instructor, profesor, o incluso, sacerdote, para accionarlo. No se enseña por el temor sino por la iluminación de su consciencia. Bajemos el volumen, dulcifiquemos el tono de nuestras palabras, sin temor a perder autoridad. Porque esta se afirma en el respeto no en lo impuesto a nivel militar. Estamos en la vida civil, depongamos los fusiles de la contienda. Y entonces, jugando con las palabras, haremos que nos “entienda”. De allí a la armonía entre generaciones hay un solo paso. Aprendamos a darlo sin correr, con los pies serenos sobre la tierra y el corazón sintonizado con los designios del Cielo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Por favor, escriba aquí sus comentarios

Gracias por su visita.

EnPazyArmonia