Una
aflicción no reconocida está atacando a ciertos profesionales cuando llegan a
la cima. Su causa, paradójicamente, es el mismo éxito.
Estas estrellas, capaces de conquistar nuevos retos, pueden
llegar a cuestionarse a sí mismas una vez que logran una tarea. Una vaga insatisfacción le abre
paso a la confusión. Si no se atiende a tiempo, este síndrome de la cima puede
acabar con carreras muy prometedoras. El síndrome tiene tres fases.
En la
fase de aproximación, cuando la mayoría de los retos de un proyecto han
sido superados, las personas tienden a esforzarse más para recapturar el chorro
de adrenalina producido por el ascenso.
Luego, en
la fase de estabilización, cuando casi todos los retos han sido superados, los
individuos, incapaces de progresar, tratan de generar otros resultados
estelares, pero que resultan en una mayor insatisfacción. Esto conlleva a la
fase final de descenso.
A medida que su estatus de superestrella desaparece, el
individuo salta fuera de borda, acepta degradaciones o transferencias
laterales.
Pero si
el síndrome es diagnosticado a tiempo, es posible tomar la medidas necesarias
para evitar la confusión y generar de nuevo las condiciones necesarias para un
crecimiento productivo.
Este proceso tiene cuatro partes: primero, encontrar la
“fórmula ganadora” (el modo de enfocar una situación) y el lugar vital que esta
juega para generar estabilidad. Segundo, entrar de nuevo en contacto con el
sentido de nuestra vida.
Tercero,
procurar que nuestras aspiraciones internas estén en sintonía con los
requisitos externos del trabajo. Y, cuarto, crear una vía de desarrollo
adquiriendo habilidades propias de un líder.
Ninguno de estos pasos es sencillo, pero es mejor prevenir antes de que
la crisis estalle por completo.
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