KITIMBWA
LUKANGAKYE es Un exmusulmán y exsacerdote
católico del Congo. Es licenciado en
teología y en ciencias de la educación de la Universidad Pontificia
Salesiana, en Roma.
Tiene
un diplomado en filosofía y otro en sicopatología y terapia existencial. Fue
musulmán. Se retiro del
islam y abrazó la fe católica. Ingresó a un seminario y se ordenó en el Congo como
sacerdote. Ejerció durante 9 años y renunció porque se sentía “absolutamente
asfixiado” por cosas en las que no creía.
¿Qué
es la ética empresarial?
Antes de la relación laboral
entre patronos y trabajadores, el empresario tiene que ver al ser humano que va
a emplear, y el trabajador, ver humanamente a quien lo va a emplear. Tienen que verse como
seres humanos. Víctor Frankl, padre de la logoterapia o sicología existencial,
decía que si a un nivel
somos paciente y terapeuta, somos jefe y subalterno, al nivel del ser los dos
somos personas humanas. La ética empresarial es eso: vernos primero como personas,
como humanos en búsqueda de crecimiento, y después vernos como uno que emplea y
otro que trabaja.
¿Y
el concepto general de la ética son los principios y las normas morales?
Eso
es muy válido, pero como segundo paso. Para mí, lo segundo es consecuencia
lógica de lo primero. La
verdadera ética, por lo menos desde la etimología, es el arte de hacer de
nuestras relaciones un lugar donde crecer; es la inversión en una buena
relación con uno mismo y con los demás. Cuando hay esto, la conducta humana es
sana, es –digámoslo coloquialmente– “no hacer esfuerzo para portarme bien”. Portarme bien es una
consecuencia lógica de cuidar la relación sana, o por lo menos no
enferma, conmigo y con los demás.
¿Éticamente,
para un empresario qué es el trabajador y para el trabajador qué es el
empresario?
Ahí
tenemos todavía mucho que hacer. Hoy, para un trabajador, el empresario es el jefe, quizá el rico al que
le sirve. Me parece que esa mentalidad habría que cambiarla. Quien me da trabajo es un hermano;
es una persona como yo, que me está dando la posibilidad de ser yo, de producir
más. Los italianos al trabajo le dicen laboro, que se traduciría labor.
Y laborar es crear antes que producir cosas. Y para el empleador, en lugar de
ver a su empleado como “una persona menor, como una pieza que me faltaba”, debe verlo como otro hermano,
una persona a la que yo le puedo ser útil en su tarea de crecimiento, de
ser persona a través de lo que hace. No soy “lo que hago soy yo”, sino “yo voy creciendo a través de
lo que hacemos él y yo”. Yo tengo un solo empleado: la señora que me
ayuda en casa. Su condición económica es más baja que la mía; en lo económico
somos diferentes. Es una mujer con poco estudio. Pero ella sabe que es la
abuela de mi hijo, es parte de mi familia; a veces, la considero como la saga
de la familia. Para mí, la ética es eso: verla como mi empleada, sí, pero verla primero como una
persona humana. A veces invitamos a su familia a la casa a compartir, y
vamos a su casa. Para mí,
eso es la ética.
¿Pero
cómo puede humanizarse la relación entre patrón y trabajador?
Creando lazos de hermandad. Hay que cuidar también
los roles, por supuesto,
siendo hermanos. La
primera relación del ser es de hermandad: el trabajador pertenece a mi
comunidad. Mire: la palabra trabajo tiene un origen muy desafortunado:
viene de tripalium. Eran tres palos donde encajaban al esclavo para azotarlo
sin que pudiera defenderse. Entonces,
ir a trabajar era ir a sufrir.
Pero
no podemos cambiar la palabra ‘trabajo’.
Desgraciadamente,
no. Pero podemos cambiar el sentido de la palabra ‘trabajo’. En el trabajo, crezco como
persona; mi trabajo no me quita, me da; mi trabajo me cansa, sí me cansa, pero
me da energía porque es más labor, más creatividad.
¿Quién
tiene la mayor responsabilidad en el cambio de la mentalidad: el empresario o
el trabajador?
Los dos. Puede empezar el empleador porque tiene un lugar
de poder; puede iniciar el trabajador porque ayuda mejor (con) su creatividad.
Nuestro héroe nacional en el Congo se llamaba Patrice Lumumba. En los años 60
fue famoso. Él decía que
la libertad no se pedía ni se regalaba; había que pelear por ella. Creo
que el empleado también debe cambiar su cultura de sentirse menos por ser
empleado. La palabra trabajo
tiene una energía de esclavización que no debe ser.
¿Usted
desde qué edad trabajó?
Desde
los 6 años, fabricando adobe en el Congo. A esa edad capté que era huérfano. Mi padre había
muerto cuando yo tenía dos años y medio, y mi madre había sido repudiada porque no quiso casarse con
mi tío cuando enviudó. La cultura nuestra impone que, al enviudar, la
mujer tiene que casarse con un hermano de su marido. Mi madre no lo aceptó y la expulsaron. La
repudiaron. La perdí durante 14 años. La vi por primera vez cuando tenía 17
años.
¿Cómo
logro sobrevivir?
Yo mismo no lo entiendo. Era
muy pobre. Tenía chance de comer una vez cada dos días. Eso era estar bien. Siempre heredé ropa de los más
grandes. Sufrí mucha miseria. Fabricaba adobe, cortaba paja, arreglaba
zapatos. Mis primeros
zapatos los tuve a los 15 años. Me fui llenando de mucho resentimiento. Era musulmán, era pobre y era
negro. En el pueblo había unas blancas católicas. Una de ellas fue mi maestra y mi
profesora de español. Ella encontró manera de ayudarme a ampliar mi
mentalidad, de erradicar
mi odio. La monja abre
mi mente y siento que sí puedo luchar contra la pobreza. Me dije: “Mi familia fue pobre, yo fui
pobre, pero puedo soñar que puedo no ser pobre”. Entonces me meto a
estudiar y comienzo a dejar de ser pobre: ya estudiaba.
¿Estudiar
qué?
Estudio primaria y secundaria. Eso me amplió la mente y
me hizo ver otra cosa. Comienzo
a leer día y noche sobre otros continentes y comienzo a soñar que el
mundo no está reducido a mi pueblito. Con la monja como mi guía y mi educadora,
me apasiono por ir al seminario.
¿Al
seminario?
Sí. Me convierto. Me bautizo. Pero para mí ser católico
ya no era suficiente, yo
quería ser sacerdote. Logré entrar al seminario. Estudio teología, estudio filosofía y me ordeno
sacerdote católico. Ejercí durante nueve años en parroquias de Congo,
Camerún, Italia y México.
¿Por
qué se retiró?
Poco
a poco, en el sacerdocio me siento ahorcado. Sentía que no tenía la misma
libertad de salir a trabajar. Le dije al papa Juan Pablo II que quería
retirarme, que había sido soldado raso y quería volver a serlo. No sacerdote.
¿Qué
lo hizo sentirse asfixiado?
Todo el tema del pecado, del
infierno. Me sentía manipulado. Todo el tema de portarse bien para ir al cielo;
yo lo sentía como un discurso para niños, no para adultos. El tema de Dios
castigador. Ya no me cabía ese tema: para mí, Dios es padre y nos quiere a todos y le duele mucho que
no nos portemos bien, pero el cielo es mi casa, no hay infierno; para mí, el
infierno es el que tú traes a ti mismo. Entonces empiezo el conflicto
con unas ideas que ya no compartía y le pido al Papa autorizar mi retiro. Pero sigo ayudando y sigo siendo
católico.
Cuando
dejo el sacerdocio, sigo formándome como logoterapeuta, obtengo una maestría en psicoterapia y
espiritualidad, y también me dedico a acompañar personas como terapeuta.
Fuera de la institución, siento que ayudo mejor a la Iglesia. Un filósofo
decía: hay cosas que
tienes que hacer desde adentro, pero hay cosas que tienes que hacer solamente
desde afuera.
¿Usted
cree que esta situación que afronta hoy la Iglesia católica es modificable?
Siento que sí es posible, pero
van a pasar muchos años. Son tradiciones tan arraigadas que pelear con eso es
destruirse, pero yo sí tengo esperanza porque hay sacerdotes que tienen
mentalidad nueva;
el mismo Papa ya está cambiando, pero creo que eso va a llevar años. Yo estoy
confrontándome con sacerdotes homosexuales que aún no pueden declararse
homosexuales, pero son los mejores sacerdotes que conozco. Pero la Iglesia aún
no los acepta bien así, tienen un ojo cerrado.
¿Usted
es hoy terapeuta de familia?
Sí. Me casé con una rubia
argentina muy bella. Tengo un bebé de dos años y una niña africana adoptada que
ya hoy tiene 18 años. Estudié teología,
filosofía, ciencias de la educación, logoterapia, terapia existencial y
psicoterapia y espiritualidad.
¿Cómo
conquistó a su esposa?
Ella
es argentina. Es judía. Yo
soy negro; ella es blanca. Yo soy un poquito feo, ella es guapa. Nos conocimos por Skype y
después viajé a la Argentina, para conocernos un poquito más, y como yo no
tenía pasaporte en esa época, ella tuvo que venir a México donde yo vivía.
Convivimos dos años y luego nos casamos.
¿Siendo
usted negro y ella blanca, comenzaron bien la relación?
Se
inició como relación de enemigos. Poco a poco la fui sanando. Nos reuníamos con
una terapeuta de pareja, y eso nos ayudó y nos está ayudando aún muchísimo, porque todavía tenemos
problemas, de vez en cuando. Pero ya sabemos más o menos por dónde es el
problema
¿Y
tienen hijos?
Tenemos un hijo; yo tengo una hija por mi
lado que adopté cuando tenía cinco años.
¿Cuál
es la gran queja de las parejas hoy?
“Somos muy diferentes”. Esa es
la gran queja.
Yo les ayudo a entender que el problema no es ese, sino que cada uno llega al matrimonio sin haber
trabajado su historia. Nos preparamos para la boda, pero no para el matrimonio. Y no
hablo de los cursos que dan las iglesias, que los siento como un trámite.
¿Qué
es prepararse para el matrimonio?
Tratar los temas cerrados. No
confundir a la esposa con la madre. Sanar el espíritu, y eso solo se logra
eliminando la carga del pasado.
Lecciones de Kitimbwa Lukangakye
Este es un listado de lecciones que podemos aprender de Kitimbwa Lukangakye:
Búsqueda del bienestar y la plenitud:
- Equilibrio: Encontrar un equilibrio entre la felicidad interior, la realización personal, el éxito profesional y la satisfacción personal.
- Relaciones: La importancia de cultivar relaciones significativas con familiares, amigos y la comunidad.
- Crecimiento personal: El aprendizaje continuo, el desarrollo personal y la búsqueda de nuevas experiencias.
- Sentido y propósito: Hallar un sentido o propósito en la vida, ya sea a través del trabajo, la pasión personal o la contribución a la sociedad.
- Armonía: Buscar la armonía entre el bienestar emocional, la autorrealización y la conexión con los demás.
Valores y principios:
- Amor: Cultivar el amor incondicional, la compasión y la bondad hacia uno mismo y los demás.
- Gratitud: Practicar la gratitud por las cosas buenas en la vida.
- Autenticidad: Vivir con autenticidad y ser fiel a uno mismo.
- Optimismo: Mantener una actitud positiva y esperanzadora ante la vida.
- Superación: Afrontar los desafíos con resiliencia y aprender de las dificultades.
- Tolerancia: Respetar las diferencias y aceptar a los demás tal como son.
Sabiduría y autoconocimiento:
- Reflexión: Dedicar tiempo a la reflexión personal y al cuestionamiento de las propias creencias.
- Búsqueda de la verdad: Tener un espíritu abierto y buscar la verdad y la comprensión.
- Entendimiento: Desarrollar la empatía y la capacidad de comprender a los demás.
- Saber vivir el presente: Aceptar el pasado, disfrutar el presente y confiar en el futuro.
- Paz interior: Alcanzar la serenidad, la paz interior y la aceptación de uno mismo.
Frases de Kitimbwa Lukangakye
- "La verdadera riqueza no se mide por lo que tienes, sino por lo que das."
- "En cada persona yace un océano de posibilidades esperando ser explorado."
- "La belleza del mundo reside en su diversidad. Celebremos nuestras diferencias y encontremos la unidad en ellas."
- "El mayor acto de valentía es ser uno mismo en un mundo que constantemente intenta hacerte ser alguien más."
- "En la oscuridad más profunda es donde brilla la luz más brillante."
- "El tiempo que pasamos preocupándonos por el futuro es tiempo que podríamos haber pasado disfrutando del presente."
- "El perdón no es un regalo que le das a los demás, es una liberación que te das a ti mismo."
- "Nuestros sueños son el mapa hacia nuestro destino. No dejes que el miedo te impida seguirlos."
- "Cada pequeño acto de bondad es como una semilla que plantamos, que puede crecer y florecer mucho más allá de lo que imaginamos."
- "No importa cuántas veces caigas, lo importante es levantarte una vez más con más fuerza y determinación."
Un mensaje de Kitimbwa Lukangakye para toda la humanidad:
Como Kitimbwa Lukangakye, deseo transmitir un mensaje de amor, compasión y unidad a toda la humanidad. En un mundo lleno de diversidad y diferencias, es fundamental recordar que todos compartimos la misma humanidad y que nuestras acciones y palabras tienen el poder de unirnos en lugar de separarnos. Que la compasión guíe nuestras interacciones, que el respeto sea la base de nuestras relaciones y que la empatía nos permita comprender y apoyar a aquellos que nos rodean. Que cada uno de nosotros, con pequeños actos de bondad y generosidad, pueda contribuir a hacer de este mundo un lugar mejor para todos.
¡Que la luz del amor y la compasión brille en cada corazón y nos una en una hermosa armonía humana!
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