En
las noches de luna, en el horizonte sobre las aguas se percibe como ondas
plateadas que se peinan y despeinan, como rayos brillantes que se hunden y
emergen, el ingreso de las almas de los hombres que mueren.
No es al cielo ni es al éter; ni tampoco al vacío ni al
cosmos donde van las almas.
El origen de la vida es el agua. Y es a la dimensión agua
donde las almas ingresan como luz y se transforman en delfines: acuosos y
ondeantes, reservorios de inteligencias vivas, núcleos comunicacionales sin
memoria con humanos, en mensajes de pura no espera.
Las
almas navegan tiempos hasta que un delfín es llamado y muere.
Cuando
muere un delfín, nace un humano.
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