Los seres apasionados conocen el poder
magnético de un sueño que se persigue y no se rinden ni siquiera en las peores
encrucijadas.
Tienen fe y saben que la historia humana es un
proceso dialéctico en el que los “males” son necesarios para avanzar.
De
hecho, todos los inventos y los logros son respuestas a lo que el negativo ve
como problemas o necesidades.
Los
pesimistas deberían recordar experiencias caóticas como la epidemia que sufrió
la raza humana en el siglo XIV, en la década de 1330 a 1440.
En ese
entonces apareció en el Asia Central una variedad de peste bubónica que de un
modo fatal se propagó por todas partes.
Los infectados morían en 2 o 3 días
llenos de manchas oscuras y, por eso, se habló de “la muerte negra”.
Mató a
70 millones de personas, la tercera parte de la población del planeta.
El
pánico se apoderó de todos y los apocalípticos anunciaron el fin del mundo.
Pero el universo sigue su evolución
incluso con plagas como el sida que no se compara ni de lejos con la
muerte negra.
La evolución guiada por Dios es una
sucesión de cambios y de crisis y los seres ricos en confianza mejoran con
ellas y con ellas se fortalecen.
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