El
credo es un resumen de los dogmas y creencias más importantes de un cristiano,
confesamos nuestra fe en el bautismo (nuestros padres y padrinos en nombre
nuestro si somos niños) y cada domingo en la Misa.
El
Credo corto es el que se llama ”técnicamente” credo de los apóstoles o
apostólico. La leyenda cuenta que los apóstoles mismos redactaron el Credo a
los diez días de la Ascensión del Señor Jesús, pero en realidad ellos no
lo escribieron. Se le llama ”de los apóstoles” o ”apostólico” porque está
basado en la doctrina que ellos enseñaron.
Ambos
credos tienen en común que están estructurados en tres partes, siguiendo la
Trinidad: Creo en Dios Padre creador; creo en Jesucristo, su Hijo,
nuestro salvador; creo en el Espíritu Santo y en la Iglesia.
La
diferencia es que estos dos credos tienen un lenguaje y una forma de decir las
cosas distinta, pero al final dicen lo mismo. La diferencia es que el
apostólico habla de Jesucristo enumerando sus acciones históricas (nacimiento,
pasión, muerte y resurrección) usando expresiones bíblicas como la de resucitar
a los tres días.
El
credo largo utiliza un lenguaje que no es bíblico (engendrado antes de todos
los siglos, de la misma naturaleza) sino que está tomado de la filosofía griega;
no es que sea extraño a la revelación, en el siglo IV la fe cristiana se había
introducido en el imperio romano y se había amoldado a la cultura clásica, ya
no era sólo una fe hebrea o semítica, sino que consiguió expresar las verdades de
la revelación con el lenguaje filosófico griego.
El
Credo largo es el Credo niceno-constantinopolitano, o sea el Credo de los
concilios de Nicea (año 325) y de Constantinopla (año 381), que
respondieron respectivamente a las herejías arriana y de los pneumatómacos (los
que luchan contra el Espíritu Santo). De ahí que la parte más amplia de este
credo sea la dedicada a Cristo y al Espíritu Santo.
La herejía de Arrio afirmaba que Cristo no es Dios, sino
una criatura perfecta, la primera de todas, pero no es Dios. Por eso este credo
se centra en Jesucristo:
Engendrado del Padre antes de todos los siglos, Dios de
Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de
la misma naturaleza que el Padre.
Todas
estas palabras están medidas y quieren afirmar que Jesucristo, el Hijo de Dios
es también Dios, igual que el Padre, que ha sido engendrado (indica así
el origen eterno del Verbo), por tanto tiene un principio distinto al de las
criaturas, que han sido creadas.
En cuanto a la parte del Espíritu Santo dice:
Y creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que
procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma
adoración y gloria, y que habló por los profetas.
Todo
esto quiere reafirmar la divinidad del Espíritu Santo, que es igual al Padre y al Hijo,
y su papel en la Historia de la salvación. La frase y del Hijo es una añadido
que se hizo en la España visigoda (siglos V-VIII) para reafirmar la divinidad
de Jesucristo (para mostrarlo igual al Padre en la espiración del Espíritu
Santo) contra los arrianos, pues los visigodos eran arrianos al invadir la
Península Ibérica.
El
credo se recita especialmente en la Misa del domingo, para confesar
públicamente nuestra fe en Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, el
centro de nuestra fe cristiana; el domingo celebramos la Resurrección
del Señor y renovamos nuestro bautismo, en el que antes del momento central del
agua y con la triple pregunta (¿Creéis en Dios Padre”?, ¿creéis en Jesucristo
su único Hijo”?, ¿creéis en el Espíritu Santo”?) mostramos nuestra fe en el
Dios cristiano y que estamos preparados para recibir el sacramento del nuevo
nacimiento y entrar a formar parte de la Iglesia, Esposa y Cuerpo de Cristo.
ORACIÓN DEL CREDO
(CORTO)
Creo
en Dios,
Padre
Todopoderoso,
Creador
del cielo y de la tierra.
Creo
en Jesucristo, su único Hijo,
Nuestro
Señor,
que
fue concebido por obra y
gracia
del Espíritu Santo,
nació
de Santa María Vírgen,
padeció
bajo el poder de Poncio Pilato,
fue
crucificado,
muerto
y sepultado,
descendió
a los infiernos,
al
tercer día resucitó de entre
los
muertos,
subió
a los cielos
y
está sentado a la derecha
de
Dios, Padre Todopoderoso.
Desde
allí ha de venir a
juzgar
a los vivos y a los muertos.
Creo
en el Espíritu Santo,
la
santa Iglesia católica,
la
comunión de los santos,
el
perdón de los pecados,
la
resurrección de la carne
y la
vida eterna.
Amén.
ORACIÓN DEL CREDO
DE NICEA – (LARGO)
Creo en un sólo Dios,
Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra,
de
todo lo visible y lo invisible.
Creo en un sólo Señor, Jesucristo,
Hijo único de Dios
nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios
de Dios, Luz de Luz,
Dios
verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre,
por
quien todo fue hecho;
que por nosotros, los hombres, y
por nuestra salvación bajo del cielo,
y por obra del Espíritu Santo se
encarnó
de María, la Virgen, y se
hizo
hombre;
y por nuestra causa fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato;
padeció
y fue sepultado,
y resucitó al tercer día, según
las Escrituras,
y subió al cielo,
y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria para
juzgar a vivos y muertos,
y su
reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo recibe
una misma adoración y gloria,
y
que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una,
santa, católica y apostólica.
Confieso
que hay un sólo Bautismo
para
el perdón de los pecados.
Espero
la resurrección de los muertos
y la
vida del mundo futuro.
Amén.
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