Ya en 1850, el astrónomo inglés Richard
C. Carrington, estudiando a la sazón las manchas solares, notó una pequeñísima
erupción en la cara del Sol que permaneció visible durante unos cinco minutos.
Carrington pensó que había tenido la suerte de observar la caída de un gran
meteoro en el Sol.
El
uso de instrumentos más refinados para el estudio del Sol mostró hacia los años
veinte de este siglo que esas
"erupciones solares" eran sucesos comunes, que solían ocurrir
en conjunción con las manchas solares.
El
astrónomo americano George E. Hale había inventado en 1889 el "espectroheliógrafo",
que permitía observar el
Sol a través de la luz de una longitud de onda determinada y fotografiar
el Sol con la luz de hidrógeno incandescente de la atmósfera solar o del calcio
incandescente, por ejemplo. Y
se comprobó que las erupciones solares no tenían nada que ver con los
meteoritos, sino que eran efímeras explosiones de hidrógeno caliente.
Las erupciones de pequeño tamaño son
muy comunes pudiéndose detectar cientos de ellas en un día, especialmente donde
hay grandes complejos de manchas solares y cuando éstas están creciendo.
Las
de gran tamaño, como la que vio Carrington, son raras, apareciendo sólo unas
cuantas cada año.
Hay veces en que la erupción se produce
justo en el centro del disco solar y explotan hacia arriba en dirección a la
Tierra. Al cabo de un
tiempo empiezan a ocurrir cosas muy curiosas en nuestro planeta. En cuestión de
días las auroras boreales se abrillantan, dejándose ver a veces desde las
regiones templadas. El aguja magnética se desmanda y se vuelve loca, por
lo que a veces se habla de una "tormenta magnética".
Hasta
el siglo presente tales sucesos no afectaban gran cosa a la población general. Pero en el siglo XX se comprobó
que las tormentas magnéticas también afectaban a la recepción de radio y al
comportamiento de los equipos electrónicos en general.
La
importancia de las tormentas magnéticas aumentó a medida que la humanidad fue
dependiendo cada vez más de dichos equipos. Durante una de esas tormentas es muy posible que la
transmisión por radio y televisión se interrumpa y que los equipos de
radar dejen de funcionar.
Cuando
los astrónomos estudiaron las erupciones con más detenimiento se vio que en la explosión salía
despedido hacia arriba hidrógeno caliente y que parte de él lograba saltar al
espacio a pesar de la gigantesca gravedad del Sol. Como los núcleos de
hidrógeno son simples protones, el Sol está rodeado de una nube de protones (y
de otros núcleos más complicados en cantidades más pequeñas) dispersos en todas
direcciones.
En 1958 el físico americano Eugene N.
Parker llamó "viento solar" a esta nube de protones que mana hacia
fuera.
Aquellos
protones que salen despedidos
en dirección a la Tierra llegan hasta nosotros, aunque la mayor parte de
ellos bordean el planeta, obligados por la fuerza del campo magnético. Algunos,
sin embargo, logran entrar
en la atmósfera superior, donde dan lugar a las auroras boreales y a una
serie de fenómenos eléctricos. Una erupción especialmente grande, que proyecte una nube muy
intensa hacia la Tierra, producirá lo que podríamos llamar una "galerna
solar" y dará lugar a los efectos de la tormenta magnética.
El viento solar es el agente
responsable de las colas de los cometas. Lo que hace es barrer hacia afuera la
nube de polvo y gas que rodea al cometa, cuando pasa cerca del Sol. También se ha
observado el efecto del viento solar sobre los satélites artificiales. Uno de ellos, el Echo I, grande
y ligero de peso, se desvió perceptiblemente de su órbita calculada por la
acción del viento solar.
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