Epilepsia
Como
bien se conoce, los pre-juicios son un juicio que precede a la pregunta; en
otras palabras: un conocimiento antes del conocimiento. Aplicado a la sociedad
en general y específicamente a las personas que tienen un vínculo más estrecho
con el sujeto que padece epilepsia; el surgimiento de ciertos prejuicios
relacionados con la enfermedad se encuentra asociado a su desconocimiento sobre
la misma, así como a otros condicionamientos sociales.
En investigación realizada por un equipo de trabajo
encabezado por este autor, se encuestaron un grupo de docentes de nivel
primario. En la misma predominó un nivel de conocimiento medio sobre epilepsia.
Esto quedó en evidencia cuando, en primer lugar un 87% no supo escribir
correctamente la palabra (Eplipcia, Epilexsia, Epilexia, Epilesia). Más de la
mitad de la muestra manifestó no conocer la etiología de la enfermedad y mucho
más alarmante el hecho de que sólo un docente respondió correctamente los pasos
a seguir ante un niño en plena crisis (poner al niño de lado, mantener la
calma, acostarlo en el suelo y luego de la crisis, orientarlo).
No obstante la existencia de notorias dificultades por
parte de los maestros para responder correctamente sobre el tema, la totalidad
de ellos completó la información requerida en el cuestionario. Un considerable número de
respuestas estuvieron marcadas por un pensamiento prejuicioso sobre la
enfermedad y las acciones a seguir para el tratamiento del infante que la
padecía.
Entre
los prejuicios y consideraciones desacertadas sobre este tema, sobresale la
creencia que los niños con epilepsia no poseen una inteligencia igual a la de
uno que no la padece. Es curioso cómo este juicio se contradice cuando en
los otros ítems de la encuesta relacionados sobre comparación del
comportamiento respecto a un niño sano y exigencia en el aprendizaje. En ambos
casos hubo respuestas satisfactorias. Para este caso, amén de que algunos
maestros piensan que la
inteligencia disminuye de un niño sano a otro con epilepsia, consideraron que
se le debía exigir lo mismo a ambos en cuanto al aprendizaje.
Sorprenderá a muchos conocer que algunos de nuestros
paradigmas en el campo de las artes, las ciencias y la política padecieron
epilepsia: Agatha Christie, Van Gogh, Newton, Alejandro Magno, Napoleón, entre
otros. Estos ejemplos
sirven por sí mismos para contrarrestar otro prejuicio común que relaciona la
enfermedad con la violencia y el retraso mental.
Llama la atención también que la mayoría de los docentes
implantó barreras a los
niños con epilepsia en cuanto a visitar la playa, practicar deportes, montar
bicicleta y hasta usar computadoras. Con estas elecciones ante cuáles
actividades puede realizar el infante con la enfermedad, se establece una
marcada diferencia desde la cual se dividen a los niños entre sí a partir de
falsos criterios, en una etapa de la vida en la que el juego constituye junto
al estudio, las actividades rectoras de su comportamiento.
Un
prejuicio común y antiguo, es el de estigmatizar este padecimiento y marginar a
quien lo sufre, asociándolo con términos como: enfermedad, ataques y
convulsiones, todos expresados con un marcado sentido peyorativo. De
este modo se identifica la epilepsia solamente con una de sus etapas,
específicamente los momentos de crisis, omitiéndose el resto de estas.
Vale resaltar que muchos de estos prejuicios devienen
clásicos, herencia que nos llega desde la tradición griega antigua, donde a
partir de las sucesivas guerras liberadas entre egipcios, griegos y romanos
eran frecuentes los traumatismos craneales de sus soldados. A partir de
entonces se le conoció a la enfermedad como “morbo sacro” o “enfermedad
sagrada”, surgiendo así el
estigma que todavía hoy se percibe en cuanto al horror hacia el paciente con
epilepsia.
Otro
prejuicio resulta de considerar a la enfermedad como hereditaria y las
consecuencias sociales que ello trae consigo. Está demostrado que la
mayoría de las personas con epilepsia la adquirieron durante algún traumatismo
en el parto o en los años posteriores, y solo en un ínfimo porciento
prácticamente despreciable, se hereda.
Elevar
el nivel de conocimientos
Cualificando a los maestros, es decir, elevando su nivel
de conocimientos sobre todo lo relacionado con la enfermedad y la existencia de
los prejuicios antes mencionados, es posible si no erradicar el problema, al
menos contribuir a que muestren actitudes más favorables hacia estos niños y al
mismo tiempo deconstruir la red de prejuicios que envuelve la conciencia de los
docentes.
Es
importante tener en cuenta, desde el punto de vista psicológico que el núcleo
de la personalidad está determinado por la esfera motivacional, y lo
cognitivo y afectivo se encuentran estrechamente relacionados. Todos los
elementos que se integran en las funciones de la personalidad tienen una
naturaleza cognitivo-afectiva. El hombre se apoya en esa naturaleza para
regular todas las esferas de su comportamiento, por lo que es prácticamente
imposible representarnos un proceso o hecho psicológico puramente afectivo o
puramente cognitivo. Las representaciones y elaboraciones conscientes del
hombre son expresión de su acción activa sobre sus propios contenidos
psicológicos
El
docente permanece muchas horas diarias en interacción constante con sus
educandos, esto no le brinda más oportunidad al maestro que la de superarse y
lograr un conocimiento al menos básico de todos los temas.
Específicamente la exigencia por parte de los directivos de educación debe
centrarse en que los docentes conozcan y se apropien de los problemas sociales,
de salud o cualquier índole, en aras de favorecer la educación del infante.
Esta demanda de superación no debe ser unidireccional, o sea, de directivos a
maestros únicamente, en este sentido los segundos deben preocuparse por su
autosuperación.
Tener
conocimientos sobre epilepsia facilitaría de manera considerable la labor
profesional del maestro. De esta manera ante una crisis sabría cómo
actuar para socorrer al niño, e incluso hasta podría llegar a reconocer qué
tipo de crisis tiene, cuánto tiempo dura, cuáles son los primeros auxilios
apropiados, cuánto tiempo el infante debe descansar después de la crisis,
cuáles pueden ser los desencadenantes de esta, con qué frecuencia debe tomar la
medicación, qué efectos secundarios puede experimentar, etc. Es necesario que
el maestro conozca también, en caso de existir, sobre las limitaciones reales
de sus alumnos con epilepsia; así como de otros padecimientos médicos
relacionados.
El
conocimiento sobre la enfermedad brindará a la vez, las herramientas básicas
para que el pedagogo pueda ofrecer una explicación convincente a los
compañeros(as) de aula. Por ejemplo con respecto a las crisis o ataques, debe
mostrar que sólo se trata de una manifestación de la enfermedad que padece su
compañero(a); o recalcarles de manera definitiva y concluyente que la
epilepsia no es contagiosa, elemento que a esta temprana edad suele confundir a
los niños. El maestro debe reunirse y conversar con el infante para saber si ha
sido molestado de alguna forma por sus compañeros. En este caso es conveniente
que aclare a todos de nuevo en qué consiste la enfermedad si fuera preciso.
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