Las buenas personas no llevan alas a la espalda ni
polvos de hada en sus bolsillos. Suelen vestir una expresión preocupada en sus
rostros porque quieren llegar a tiempo para hacer esto, para solucionar lo
otro, para tomar un café con ese amigo y arrancarle las penas dibujándole
esperanzas…
Nunca esperan
nada a cambio ni ven en sus actos obligación alguna. En ocasiones, hay quien dice de ellos o ellas que
son algo ingenuos, que dan demasiado de sí mismos y que cualquier día, les
pagarán con una decepción.
Las buenas personas en realidad saben mucho de
decepciones, pero las asumen.
El propio esfuerzo, y la voluntad por hacer las cosas lo mejor que pueden es su
mejor recompensa: es un modo de estar bien con ellas mismas.
En ocasiones,
por ejemplo, podemos
esforzarnos cada día por atender a ese amigo que está pasando un mal trance.
Le ofrecemos todo lo que necesita, le damos apoyo y consuelo, para más tarde, descubrir que ha dejado solo su
ausencia y ningún agradecimiento.
En realidad, las buenas personas no suelen
buscar o esperar ese agradecimiento. No quieren nada a cambio porque sus
actos siempre nacen del corazón y de la autenticidad; les es imposible actuar
de otro modo.
Ahora bien, a pesar de no querer el agradecimiento,
lo que sí deberían esperar es al menos reconocimiento. Muchas veces, los buenos corazones también
se acaban deshilachando cuando dan más de sí, cuando dan hasta su último
aliento quedándose desnudos en un escenario vacío.
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