La Junta de Inmigración de Hawái buscó trabajadores
rusos para darles empleo en las plantaciones de caña de azúcar.
A inicios del siglo XX, unos 1.500 rusos
procedentes de Siberia fueron llevados a Hawái para trabajar en las
plantaciones de azúcar en un último intento de hacer el archipiélago "más
blanco".
"Ellos
habían traído trabajadores asiáticos primero, chinos y japoneses", dice
Patricia Polansky, bibliógrafa experta en temas rusos de la Biblioteca Hamilton
de la Universidad de Hawái.
Los asiáticos eran la base de la mano de obra de la
incipiente industria azucarera del archipiélago, el único territorio de Estados
Unidos que no está en América.
Pero trabajar en
el sector era una forma dura de ganarse la vida. En 1909, varios miles de trabajadores japoneses
realizaron una huelga para exigir mejor salario y condiciones de trabajo.
La actitud de la
mano de obra japonesa preocupó a los dueños de las plantaciones.
"Entonces, los hacendados decidieron que
querían intentar contratar trabajadores haoles, lo que llamaríamos trabajadores
blancos", cuenta Polansky.
Un reporte de la
comisión de trabajo sobre Hawái señalaba que los dueños de las plantaciones locales estaban "deseando
sin ninguna reserva emplear a todos los trabajadores caucásicos que el gobierno
pueda traer a la isla con un salario un tercio más alto que el que reciben los
trabajadores asiáticos".
Los hacendados estaban dispuestos a pagarle a los
trabajadores rusos hasta un tercio más del salario que le pagaban a los
asiáticos.
Cuando los
hacendados empezaron a buscar
grupos de blancos se encontraron en Honolulú con un hombre llamado A. V.
Perelestrous, quien era una suerte de emprendedor ruso.
Perelestrous
preparó una especie de folleto
para el reclutamiento de inmigrantes y viajó con otras personas a Rusia.
"Allí
hicieron mucha propaganda: ´Deben
venir. Hay grandes oportunidades para trabajar´", cuenta Amir
Khisamutdinov, historiador en la Far Eastern Federal University (Rusia).
"Había
muchas cosas allí. Se les
iba a dar una pequeña casa, se les explicaba cuántas horas tenían que trabajar,
cuáles iban a ser sus sueldos", comenta Polansky de los esfuerzos
propagandísticos de Perelestrous.
Cuarentena en el
paraíso
Los siberianos probablemente imaginaron que estaban
viajando a una isla paradisíaca.
En lugar de ello, acabaron puestos en cuarentena tras aparecer casos de
sarampión en el barco en el que viajaban.
Su campamento en Honolulú se convirtió en una atracción
para turistas y los periódicos hicieron un circo con el caótico plan de
importación de inmigrantes.
Según Amir
Khisamutdinov, gran parte de lo ocurrido se debía a errores de comunicación. "El problema de los idiomas
era enorme para los rusos en Hawái. No tenían intérpretes", apunta.
Había tan pocas
personas que hablaban ruso en Hawái que contrataron a una actriz local para ayudar a negociar las
disputas, como una que surgió cuando los rusos intentaron bañarse
desnudos en una playa pública.
Había muchas diferencias culturales. Todo en Hawái era completamente ajeno para
los rusos, desde la comida local hasta el clima tropical.
Además, no había un centro comunitario para
acogerlos, ni una iglesia, ni un embajador que les ayudara a entender –como apunta Khisamutdinov– cosas como
cuáles eran sus obligaciones y cómo inscribir a sus hijos en la escuela.
Los rusos abandonaron Hawái en desbandada, rumbo a
California o Nueva York. Unos
pocos volvieron a Rusia.
La invitación de
Lenin
Tras el triunfo de la Revolución bolchevique, Lenin
quiso que los emigrantes rusos regresaran de Hawái.
Pero la historia tuvo otras vueltas: siete años
después de que los primeros rusos viajaran a Hawái se produjo la Revolución
bolchevique en 1917 y el nuevo
gobierno liderado por Vladimir Lenin quería que regresaran a casa.
"Entonces, Moscú envió a Hawái a un hombre
cuyo nombre era Vilhelm Vasilevich Trautshold y su trabajo, entre otros,
era pagar el pasaje de
vuelta a Rusia y llenar los pasaportes y la documentación requerida",
narra Polansky.
La información
sobre los que aspiraban a volver era registrada en una especie de álbum de recortes que Trautshold
compilaba lleno de fotos y de notas biográficas de los rusos que aún
quedaban.
Poca gente aceptó la oferta de Trautshold de
regresar a la Rusia comunista
destrozada por la guerra, pero quienes lo hicieron jamás olvidaron Hawái.
Muchas décadas después, tras el derrumbe de la
Unión Soviética, Polansky recibió una llamada de una organización de caridad
católica avisándole de la llegada a Hawái de una mujer rusa que llevaba una
urna con cenizas.
"Ella cargaba la urna de su madre que había
nacido en Hawái. Era hija de
una de esas familias que había emigrado para trabajar en las plantaciones, pero
que luego había decidido volver a la Unión Soviética", comenta Polansky.
Cuando estaba cercana a la muerte, la mujer le
pidió a su hija que la enterrara en Hawái, lo que resultaba cuesta arriba en
plena Guerra Fría.
"En cuanto
colapsó la Unión Soviética, ella se subió a un avión y se vino a Hawái con las
cenizas", relata Polansky.
No todos los encuentros con los descendientes han
sido tan dramáticos.
Polansky y Khisamutdinov
subieron a internet las imágenes y la información contenida en el álbum de pasaportes rusos comenzaron a
entrar en contacto con muchas más familias de los últimos rusos en Hawái.
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