Cuando
Martin Cooper hizo una demostración del primer teléfono celular en 1973, el
entonces ingeniero de Motorola Inc. tuvo que sostener en su oído un aparato del
tamaño de un ladrillo.
En los años siguientes, a medida que ganó un papel
estelar en la vida moderna, el dispositivo se achicó. Ahora, sin embargo, el celular vuelve a ganar
tamaño.
Cooper, de 85 años, dirigió los esfuerzos pioneros de
Motorola en teléfonos celulares, y luego cofundó una empresa para desarrollar
móviles para ancianos. En
su opinión, los últimos dispositivos ilustran todo lo que está mal con la
industria.
Los
teléfonos grandes más recientes fueron diseñados por ingenieros en unas cuantas
grandes empresas para complacer a aficionados de la tecnología y la gente que
sigue las modas, dijo Cooper. Una persona mayor, señala como ejemplo,
entra a una tienda y pide un iPhone 6 porque un amigo tiene uno, no porque el producto realmente
se ajuste a sus necesidades.
“La gente que se beneficiará de los teléfonos grandes son
personas con problemas de vista o porque tienen aplicaciones que necesitan una
pantalla grande”, dijo Cooper. Otros descubrirán que los teléfonos no entran en sus bolsillos y no se
encajan bien con el propósito original de la telefonía. “Se ven ridículos
cuando los pones en el oído”, añadió.
Cooper, que comparte una oficina cerca de San Diego con
su esposa, Arlene Harris, dice que compra un teléfono inteligente nuevo
aproximadamente cada seis meses y que ha adquirido muchos de los aparatos de
informática de vestir que han entrado al mercado. Está ansioso por ver innovaciones de más diseñadores que
rompan con la ortodoxia de los smartphones de hoy en día. También le
gustaría ver que emulen la audacia de Steve Jobs, pero no lo que considera la
actitud arrogante de Apple de “yo decido por ti”.
“Pensar
que un teléfono era la solución para todos es simplemente equivocado”,
dice. “La industria tiene
que madurar, y sencillamente eso aún no ha pasado todavía”.
Lo que se necesita, dice Cooper, es más competencia entre los
fabricantes de celulares, menos control por parte de los operadores, más énfasis en facilitar el uso
y más opciones para
atender necesidades individuales, que varían ampliamente entre personas.
Y antropólogos, no ingenieros, deberían estar a cargo de la evolución del
producto.
El ingeniero sostiene que los usuarios de hoy en día están obligados a adaptarse a
un conjunto desconcertante de convenciones sobre el smartphone,
incluyendo miles de aplicaciones cuyas funciones y beneficios se descubren al
azar.
Por el contrario, señala, el teléfono ideal empezaría por preguntarle al usuario
qué necesita. “Luego,
se autoprogramaría, escucharía tus hábitos y se ajustaría a medida que lo
utilices”, dice Cooper.
Pero eso es solo el principio de su visión a largo plazo,
donde el teléfono
inteligente como lo conocemos ahora sería desensamblado en sensores, monitores
y otra tecnología repartida por el cuerpo humano. En este escenario, el
teléfono actuaría más como
un servidor que permanece en el bolsillo o bolso, una especie de puerto
para coordinar la comunicación e interacción entre los dispositivos que se
llevan en el cuerpo.
Los
usuarios ya no tendrían que tocar sus pantallas constantemente, dice Cooper,
porque un software más inteligente anticiparía sus necesidades, y otros
aportes, como gestos o movimientos del ojo, serán más comunes. Nadie sacaría un
teléfono para hacer una llamada, dice. Los nuevos audífonos serían lo suficientemente pequeños y
estilizados para ser usados constantemente.
“Tenemos
la computadora poderosa que puede ayudarnos a pensar y a recordar, y la única
manera de darle órdenes es tocando cosas”, dice Cooper. “¡Es absurdo!”.
Con algunas tecnologías presentes todo el tiempo, y
quizás hasta implantadas en el cuerpo, usuarios muy jóvenes ganarán capacidad intelectual
mejorada, predice Cooper. Sus cerebros crecerán más rápido y más que los cerebros de aquellos que
carecen de tecnología.
“Soy
un fan de la ciencia ficción”, añade. “Toda la ciencia ficción termina siendo una realidad”.
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