Amarse a sí mismo es uno de los actos más importantes que podemos realizar en nuestra vida. A menudo, nos enseñan desde pequeños a amar a los demás y a mostrar empatía hacia las personas que nos rodean, pero no siempre nos enseñan la importancia de cultivar el amor propio. Sin embargo, el amor hacia uno mismo es la base para una vida saludable y plena.
Amarse a sí mismo no significa ser egocéntrico o narcisista; más bien, implica reconocer nuestro valor intrínseco y tratarse con compasión y respeto. Cuando nos amamos a nosotros mismos, somos capaces de establecer límites saludables y tomar decisiones que nos benefician a largo plazo. Además, nos permite ser más conscientes de nuestras necesidades emocionales y físicas, y nos anima a cuidarnos de manera adecuada.
Una relación sólida con nosotros mismos nos ayuda a navegar las altas y bajas de la vida con mayor resiliencia. Cuando nos amamos y nos aceptamos a nosotros mismos, somos más capaces de enfrentar los desafíos con confianza y esperanza. También nos volvemos más empáticos y comprensivos con los demás, porque sabemos lo que significa ser humano con nuestras propias imperfecciones.
El camino hacia el amor propio puede ser largo y difícil, especialmente en un mundo que a menudo nos exige cumplir con ciertos estándares y expectativas. Sin embargo, es un viaje que vale la pena emprender. Comienza con la práctica de la autocompasión, aprendiendo a hablarnos con amabilidad y perdonándonos por nuestros errores. También implica identificar y deshacer las creencias limitantes que nos han hecho dudar de nuestro valor.
El amor propio es un proceso continuo de crecimiento y autodescubrimiento. A medida que aprendemos a amarnos a nosotros mismos, también abrimos la puerta a relaciones más auténticas y satisfactorias con los demás. Al final, es solo a través del amor propio que podemos encontrar verdadera paz y felicidad en nuestras vidas.
En resumen, aprender a amarse a sí mismo es una de las formas más significativas de cuidarnos. Nos permite vivir de manera más plena y auténtica, y nos brinda la capacidad de compartir nuestro amor con el mundo de una manera saludable y sostenible.
El experto en salud y bienestar norteamericano
Robert Lustig tiene una
propuesta para ordenar la dicotomía placer-felicidad.
Ha investigado el hedonismo y sugiere cuatro
Ces para la felicidad: Conectar,
contribuir, cuidarse y cocinar.
Conectar no es ser adictos a Facebook o al
whatsap y enviar simpáticas pelotitas de color amarillo y aspecto exultante.
Es
cuidar las relaciones personales, cara a cara y crear
vivencias de calidad con los demás, es generar empatía.
Contribuir
es colaborar, dar algo a los demás sin pedir nada a
cambio.
Darte al otro y servir de un
modo incondicional.
Pero
hay que amarse a sí mismo, o sea, cuida mente, alma,
emociones y tu cuerpo que necesita sueño, alimentos sanos y ejercicio.
Me permito cambiar cocinar por cultivar.
Sí, cultivar tu jardín interior
siendo espiritual y cultivar buenos hábitos y el amor.
REFLEXIONES DE UN SACERDOTE:
Como hijos de Dios, somos creación divina, y aprender a amarnos a nosotros mismos es un acto de gratitud hacia Él. El amor propio no es egoísmo, sino reconocer nuestro valor como seres humanos únicos y amados por el Señor. Cuidar de nuestro cuerpo, mente y espíritu es honrar el don de la vida que se nos ha dado.
El amor propio nos permite amar a los demás desde un corazón pleno. Al aceptarnos tal como somos, cultivamos la paz interior y nos fortalecemos para seguir el camino de fe y servicio a los demás. Amarnos a nosotros mismos es corresponder al amor que Dios nos tiene.
En medio de las tormentas de la vida, cuando las olas de la adversidad nos azotan y la oscuridad de la duda nos invade, podemos encontrar un refugio seguro en la infinita misericordia de Dios.
Como un padre amoroso, Él extiende sus brazos hacia nosotros, invitándonos a depositar en ellos nuestras cargas y preocupaciones. Su amor es incondicional, no conoce límites ni rencores, y siempre está dispuesto a perdonar y redimir a aquellos que se arrepienten de corazón.
En la oración y en los sacramentos encontramos la fortaleza y el consuelo que necesitamos para afrontar los desafíos que se presentan en nuestro camino. La fe en Dios nos recuerda que no estamos solos, que Él camina junto a nosotros en cada paso, brindándonos la esperanza necesaria para seguir adelante.
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