No hay nada más mágico que escuchar su rugir en las
piedras; oler la humedad; sentir el rocío en la cara; embelesarse con la caída
del agua y el arco iris con los rayos de luz.
El camino parece como el del calvario, tortuoso, lento y con estaciones -pero en carro y con doble- porque difícilmente otro carro pasa por estos caminos de Caldas, excepto el camión de la leche -día de por medio- y el mixto que pasa diario, el cual es un híbrido entre camión y bus que lleva carga y pasajeros.
El paisaje es encantador, aunque el deterioro de sus montañas es evidente, parece que se estuvieran derritiendo de pura erosión. Es una geografía rica en colores y formas: mesetas de un verde claro metidas en las pendientes de las monumentales montañas, parecen oasis en un desierto. Los parches de bosque son alucinantes: el plateado de los yarumos le da un toque de color a las diferentes tonalidades de verdes y las palmas de cera se izan como banderas al viento. También está la reforestación con los alisos y pino pátula, que los prefiero a ver ganado, pero ¿Cuándo será que tendremos reforestación con especies nativas y paquetes tecnológicos para el comino crespo, cedro negro o el roble?
El caminar del páramo es el correr del agua: nacimientos, riachuelos quebraditas, ríos, humedales y sobre todo cascadas. No hay nada más mágico que escuchar su rugir en las piedras; oler la humedad; sentir el rocío en la cara; embelesarse con la caída del agua y el arco iris con los rayos de luz.
Cada cuanto en el camino se encuentran casas de tabla parada con patio de tierra y desbordantes de colores: begonias, novios, josefinas, peralonsos y geranios, todas ellas colgadas en los corredores, puestas en el piso o en la tierra, que se combinan con el calendario de una mujer semidesnuda o el afiche de un paisaje renacentista descolorido por el sol.
Poco a poco voy dejando la civilización, ya no hay señal de celular, mi transporte es una yegua que se llama Munición, el frío me cobija, el viento me congela las orejas y la neblina me pone en las nubes.
Llegamos a una hermosa casa de colonización antioqueña con aguas termales, un alojamiento rural con certificación Icontec. Comida paisa de la mejor hecha en horno de leña, nata para la arepa, leche postrera y un arequipe de los dioses, lo menos que hice fue ayuno.
La mejor caminata fue montaña arriba, rumbo al bosque de niebla. Es un camino lento y empinado, pero vale la pena porque el premio de montaña es una vista sobrecogedora de montañas verdes y más verdes para llegar a la blancura imponente del Nevado del Ruiz y el cráter Arenas. El Kilimanyaro colombiano. Los sonidos que nos acompañan son los cantos de los pájaros y el bullicio de unas loras que no alcanzo a identificar e imagino que sean loros orejiamarillos, como un símbolo de esta Semana Santa sin palmas de cera en domingo santo.
El bosque es chusque y más chusque, bromelias, orquídeas, hoja de pantano y palmas de cera. Allí me quedé un buen rato abrazada a un cedro negro -que ya se ven pocos-. Le pregunto a mi guía si hay osos de anteojos y me dice que de esos ya no hay, ni tampoco dantas. Que hay mucho cusumbo, armadillo y venado, pero lastimosamente yo sólo encontré vacas en mi camino.
Los días fueron de recogimiento y paz espiritual, de meterme al monte donde me siento a gusto. De aguas termales para el cuerpo, poder dormir plácidamente después de una larga caminada, unos buenos fríjoles y el frío que lo invita a meterse a las cobijas.
También fue una maravillosa manera de gozar nuestro Parque Nacional Natural los Nevados, porque él no es sólo llegar a la nieve, es todo un ecosistema diverso que nos ofrece el Parque y su zona amortiguadora. Turismo de naturaleza para toda la familia.
Información y Reservas: https://www.termaleslaquinta.com/es/
El camino parece como el del calvario, tortuoso, lento y con estaciones -pero en carro y con doble- porque difícilmente otro carro pasa por estos caminos de Caldas, excepto el camión de la leche -día de por medio- y el mixto que pasa diario, el cual es un híbrido entre camión y bus que lleva carga y pasajeros.
El paisaje es encantador, aunque el deterioro de sus montañas es evidente, parece que se estuvieran derritiendo de pura erosión. Es una geografía rica en colores y formas: mesetas de un verde claro metidas en las pendientes de las monumentales montañas, parecen oasis en un desierto. Los parches de bosque son alucinantes: el plateado de los yarumos le da un toque de color a las diferentes tonalidades de verdes y las palmas de cera se izan como banderas al viento. También está la reforestación con los alisos y pino pátula, que los prefiero a ver ganado, pero ¿Cuándo será que tendremos reforestación con especies nativas y paquetes tecnológicos para el comino crespo, cedro negro o el roble?
El caminar del páramo es el correr del agua: nacimientos, riachuelos quebraditas, ríos, humedales y sobre todo cascadas. No hay nada más mágico que escuchar su rugir en las piedras; oler la humedad; sentir el rocío en la cara; embelesarse con la caída del agua y el arco iris con los rayos de luz.
Cada cuanto en el camino se encuentran casas de tabla parada con patio de tierra y desbordantes de colores: begonias, novios, josefinas, peralonsos y geranios, todas ellas colgadas en los corredores, puestas en el piso o en la tierra, que se combinan con el calendario de una mujer semidesnuda o el afiche de un paisaje renacentista descolorido por el sol.
Poco a poco voy dejando la civilización, ya no hay señal de celular, mi transporte es una yegua que se llama Munición, el frío me cobija, el viento me congela las orejas y la neblina me pone en las nubes.
Llegamos a una hermosa casa de colonización antioqueña con aguas termales, un alojamiento rural con certificación Icontec. Comida paisa de la mejor hecha en horno de leña, nata para la arepa, leche postrera y un arequipe de los dioses, lo menos que hice fue ayuno.
La mejor caminata fue montaña arriba, rumbo al bosque de niebla. Es un camino lento y empinado, pero vale la pena porque el premio de montaña es una vista sobrecogedora de montañas verdes y más verdes para llegar a la blancura imponente del Nevado del Ruiz y el cráter Arenas. El Kilimanyaro colombiano. Los sonidos que nos acompañan son los cantos de los pájaros y el bullicio de unas loras que no alcanzo a identificar e imagino que sean loros orejiamarillos, como un símbolo de esta Semana Santa sin palmas de cera en domingo santo.
El bosque es chusque y más chusque, bromelias, orquídeas, hoja de pantano y palmas de cera. Allí me quedé un buen rato abrazada a un cedro negro -que ya se ven pocos-. Le pregunto a mi guía si hay osos de anteojos y me dice que de esos ya no hay, ni tampoco dantas. Que hay mucho cusumbo, armadillo y venado, pero lastimosamente yo sólo encontré vacas en mi camino.
Los días fueron de recogimiento y paz espiritual, de meterme al monte donde me siento a gusto. De aguas termales para el cuerpo, poder dormir plácidamente después de una larga caminada, unos buenos fríjoles y el frío que lo invita a meterse a las cobijas.
También fue una maravillosa manera de gozar nuestro Parque Nacional Natural los Nevados, porque él no es sólo llegar a la nieve, es todo un ecosistema diverso que nos ofrece el Parque y su zona amortiguadora. Turismo de naturaleza para toda la familia.
Información y Reservas: https://www.termaleslaquinta.com/es/
Tomado de: SEMANA SANTA EN EL PARAMO
Gloria B. Salazar de la Cuesta
Diario: La Patria – Abril 2 de 2.008
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