Hay noches que parecen infinitas, donde
el tiempo parece detenerse, y el reloj de cuerda suspendido es solo un testigo
mudo de una pasión desbordada. En la mesa, dos copas de vino y una luz rosada
que apenas ilumina, pero que lo dice todo. A la noche se le fue la mano,
y con una mirada, sin palabras, nos entendimos. Lo que siguió fue un derroche,
un derroche de amor y ternura.
¿Quién podría explicar lo que sentí en
ese momento? No quedó un rincón de tu ser que no recorriera, y en
cada beso, en cada caricia, parecía que el mundo se apagaba y solo quedábamos
nosotros. La
luna de abril nos miraba cómplice, como si supiera que lo que estábamos
viviendo no necesitaba explicación. No importaba el mañana, no importaba el
tiempo, solo existíamos en ese instante, irracionales, viviendo como si el mundo fuera a
acabarse.
En ese derroche de amor y locura, el
cielo se hizo tangible, porque para entrar en él no hace falta morir, basta
con vivir una noche como la nuestra, donde cada beso y cada gesto nos elevaba
más alto. La
pasión se convirtió en ternura, y lo que fue un frenesí se transformó en calma,
en la dulce certeza de que ese amor desbordado no tenía fin.
Que no acabe esta noche, que no acabe nunca. Porque cuando el amor es así, cuando se desborda, cuando es locura, te das cuenta de que has vivido algo inmortal. Besos, ternura, un derroche de amor y vida. Y aunque el reloj vuelva a funcionar y el teléfono se reconecte, esa noche será eterna en nuestros recuerdos, testigo de una pasión que el tiempo jamás podrá borrar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Por favor, escriba aquí sus comentarios