Me volvieron a hablar de ella… y sin darme cuenta, mi mente regresó a ese lugar donde una vez prometimos tanto, donde nuestros cuerpos y almas se fundieron hasta el cansancio. Sin sospechar que iba a acabar, que el amor que parecía eterno se desvanecería como un suspiro. Pero no se fue del todo, no para mí.
Me
contaron que sigue bella, radiante como siempre, como una flor que desafía el
paso del tiempo. Y al
escuchar su nombre, mi corazón la sintió tan cerca como ayer, tan
viva en mis recuerdos como si nunca se hubiera ido. Dicen que cada noche,
cuando apaga la luz, mira mi fotografía, y en ese silencio, piensa que fui su
gran amor. Yo también pienso lo mismo.
Y
entonces, me duele. Me
duele saber que fui yo, el que no supo cuidar de esa flor tan brillante, tan
delicada. Yo, que en honor a la verdad, no he dejado de quererla ni un
solo instante. Sufro... sufro porque no hay un solo día en que su
ausencia no me rompa en mil pedazos. Sufro por los besos que no le di, por el
amor que no supe cuidar, por los momentos que nunca volverán.
Esa
noche, cuando cerré la puerta de mi soledad, rompí a llorar. Su recuerdo se
incrustó en mis venas, y al despertar, la quise más, como si cada lágrima que
derramé me acercara un poco más a ella. Me volvieron a hablar de ella, y mi corazón la sintió tan
cerca como ayer,
como si su presencia dulce, sus besos y sus gestos, nunca me hubieran
abandonado.
Me
consuelo pensando que, quizás, ella también me extraña, que en las noches se
desvela imaginando lo que pudo ser y lo que aún nos ata en la distancia. Su amor me persigue como una
sombra,
recordándome que hay amores que ni el tiempo ni la distancia pueden borrar.
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