El
paisaje de los nombres colombianos está contaminado, y merece un estudio serio.
Conteste con la mano sobre el corazón: ¿le pondría usted a su hijo
Failyng Jaidreiben o a su hija Heidi Dayana? Si tuviera un empleo y
debiera decidir, en igualdad de condiciones, ¿le daría el puesto a Luis
Fernando o a Yorbery Bartolo? De confesarle su hermano que tiene el corazón
partido entre María Luisa y Shelly Fahisur, ¿con cuál le aconsejaría quedarse?
Si respondió afirmativamente a la primera pregunta, y en las otras escogió a
Yorbery Bartola o a Shelly Fahisur, es posible que usted se llame Divanilsen,
Yasunary o Maiself.
La nueva nomenclatura de nuestros compatriotas es
fenómeno reciente que solo ha sido tratado como graciosa extravagancia y
necesita un estudio más cuidadoso. El panorama onomástico nacional sufrió hace
unos años una revolucionaria transformación.
Antes
pasaban de moda o se ponían en boga algunos nombres. En el siglo XIX
tuvimos dos prohombres de nombre de pila Santos y una constelación de José
Marías. El primer nombre
desapareció y el segundo es cada vez más escaso. Antes, además, era posible
ubicar la generación según el nombre. La cosecha de las Patricias empezó
hace cerca de medio siglo, la de las Valerias hace la mitad de ese tiempo, la
de los Sebastianes debe estar por cumplir los 35 años y la de los Lucas andará
por los 30. Adicionalmente, los nombres feos, cacofónicos o inusuales solían
proceder de la Biblia y eran típicos del campo. Pocos Emerencianos nacieron en
ciudad, y la mayoría de los Melquisedecs son campesinos antioqueños, pues los
colonos paisas cogían el Antiguo Testamento como directorio telefónico para
cristianar sus copiosas camadas. A menudo las víctimas de VNF (Viejos Nombres Feos) arrastraban
horribles nombres de antepasados.
Lo que sucede desde hace un tiempo es completamente
distinto. Cesó el peso de la Biblia, la tradición o la moda. Ahora rigen dos recetas: la
adopción de nombres extranjeros que pueden ser de personas, cosas o marcas, y
la artesanía doméstica de nombres. Obedecen al primer modelo nombres como
Bismarck,
Chaombambino,
Rodwelia o Amburguer James. Y son fruto del segundo ciertos rompecabezas
como Mariyuri Diyursai, Wilber Yobabiurian, Yerlys Vicmy o Yesmystania. Todos ellos corresponden a la
categoría NNE (Nuevos Nombres Extravagantes). Las nuevas generaciones no
tienen tocayos, aunque ya el prestigio de ciertos NNE genera imitadores. La
Selección Colombia abunda en Wasons, Edwins, Harrisons, Libis e incluso
refritos como Mahler Tresor, bautizado en honor a un músico y un futbolista.
Advierto que todos los apelativos citados son genuinos y
corresponden a ciudadanos de carne y hueso, casi siempre menores de 40 años.
Están documentados y, en algunos casos, explicados en ¿De parte de quién?, de
los publicistas José Raventós y Pablus Gallinazo, un libro reciente y delicioso
sobre los monstruos que campean en nuestra onomástica contemporánea.
Delicioso, dije, e inquietante. Porque detrás de este
fenómeno suelen existir un afán conmovedor de imitar los nombres de países con
estándares de vida más elevados, aquellos cuyos personajes vemos en las
noticias, cuyas marcas conocemos en los anuncios y cuyos nombres aparecen en el
cine y la televisión.
Es como si los padres pretendieran encomendar el chino a
la buenaventura y la protección de un nombre extranjero. La tendencia alcanza
extremos delirantes cuando los propios taitas ensamblan el nombre a partir de
un puñado de letras de estirpe foránea, como W, Y, X y J inglesa. Hay poco que
hacer. Me temo que la Constitución los protege, aunque no desarrollan su
personalidad sino que perturban la de sus hijos.
Recorrer la nueva nomenclatura nacional eriza los pelos y
provoca carcajadas, pero también suscita preocupación. No hay nombres gratuitos ni inocentes, ya lo
advirtió Shakespeare. ¿Qué frustraciones provocaron la epidemia de estos
nombres, y, sobre todo, qué discriminaciones traerán? Son nombres que delatan
por lo general un origen social y educativo modesto, y un gusto que crea
prevenciones. Seguramente acabarán influyendo al buscar empleo, novia o
ascensos. Por ahora solo se asoman unos pocos en el Congreso: Milton Arelex
Rodríguez, Herminsul Sinisterra, Dixon Fernet Tabasco...
A lo mejor un día tendremos una Yormmenery o un
Bigniguilisob en la Presidencia. Pero, mientras tanto, los NNE desnaturalizan
nuestra cultura onomástica, enredan los computadores y exponen a los niños a
cargar con caprichos y complejos de sus padres.
Otros nombres curiosos:
En
la Alta Guajira un indígena Wayúu se registró con el nombre de
"Conejo"
Otros
se llaman Usnavy: Este nombre básicamente lo toman de las embarcaciones de la
Armanda naval de USA (U.S. NAVY)
Otros
se llaman Shibo que significa “Exposición Universal” en mandarín
Otros
nombres raros son: Aoyun, Futbolred, Roller, Roler, Royer, Estivenson, Jhovanny Santana, Barack Obama, Pambelé
Algunos
de los apellidos raros son: Naipe, Rabo, Quezado, Balladalez, Chuquiguara,
Doronosoro, Caleffi, Balladalez, Letamo, Maass y Henos.
NOTA: SI
LA VIDA FUERA TAN FACIL… COMO PARA INICIARLA SIENDO BURLA DE LOS DEMÁS.
En Alemania, son muchísimo mas sensatos al respecto y
tienen dos reglas muy claras, que deberíamos adaptar de alguna manera aquí en
Colombia, estas reglas son:
1)
El nombre debe reflejar el sexo del niño (para los mamertos que dicen “los
niños y las niñas” deberían leerse un diccionario de la lengua para que vean
que la palabra “niño” incluye a ambos sexos dentro del contexto)
2)
El nombre no debe poner en peligro el bienestar del niño.
Cambiar de nombre es un proceso engorroso, no solo por
los cambios en la cédula sino en todos los documentos como diplomas,
certificados y otros
Es esta segunda regla, la que mayor peso tiene, ya que el
nombre en sí mismo es una carta de presentación, si usted fuera el jefe de
contratación de una empresa y tiene dos candidatos igualmente calificados ¿a
quien eligiría? ¿a alguien de nombre José Daniel? ¿o a Ernevis Alfonso? ¿A
Patricia o a Diseyis Yohana?
El
nombre es algo tan personal, que incluso si se constituye en un perjuicio para
el éxito académico o laboral, muy pocos tienen las agallas de cambiarselo,
primero por que los trámites son eternos en nuestra manoseada Registraduría
Nacional del Estado Civil y segundo por que después de 18 años oyendo el mismo
nombre, ya es una parte
fundamental de nosotros.
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