En medio del infortunio se
desdibuja el sentido de la vida y te preguntas: ¿Por qué estoy en el
desfiladero?
Seguramente ya sabes que es mejor preguntarse para qué llega una pena y que la respuesta
está en tu misión.
En lugar de creer que Dios te quita los seres amados y envía “males”, cree que tú mismo programaste
con Él y sus ángeles tus aprendizajes antes de venir a una escuela
llamada Tierra.
Trazaste un programa como
lo hizo Jesús y para él fue arduo nacer en un pesebre, ser perseguido y morir en una
cruz.
Eso no era casual y estaba en su misión de amor, igual que te pasa a ti con pruebas que te
cuesta aceptar.
Eres un espíritu que vino
a practicar perdón con los agravios, aceptación con las desdichas y
desapego con las pérdidas y la transición de los que amas.
Avanzas en fortaleza con
las dificultades, humildad con las críticas y fe ante la adversidad y la
incertidumbre.
Si lo asumes así tienes
más paz y no peleas con un inexistente Dios sádico que viviría enviando muertes
y penalidades.
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