Un
hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó.
Dijo
que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un
mar de fueguitos.
-El mundo es eso -reveló-. Un montón de gente, un mar de
fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas
las demás. No hay dos
fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los
colores.
Hay
gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que
llena el aire de chispas.
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