Un
herrero se entregó a Dios tras una juventud de excesos. Por años se pulió con
amor, pero sus problemas no disminuían.
Un amigo compadecido por su difícil situación
le comentó:
Es raro que estando con Dios sigas en el hueco.
El herrero le dijo: Recibo en mi taller el acero y debo transformarlo
en espadas.
¿Sabes tú como se hace esto?
Lo
caliento con un calor infernal, luego martillo sin piedad para moldearlo y, al
final, lo sumerjo en agua fría.
Tengo que repetir este proceso hasta obtener
la espada perfecta y una sola vez no es suficiente.
A veces el acero no soporta este tratamiento
y el calor, el martillo y el agua fría lo llenan de rajaduras.
Pues
bien, yo estoy en el fuego de la aflicción, acepto los martillazos que la vida
me da, y a veces me siento frío como el agua.
Pero
pienso: “Dios mío, que no desista, hasta que yo tome la forma que tú esperas de
mi.
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