Joe Dispenza estudió bioquímica en la Universidad
Rutgers, en Nueva Jersey. Es doctor quiropráctico por la Life University, de
Atlanta. Ha cursado estudios en neurología, neurofisiología, biología celular,
genética, química cerebral, envejecimiento… Lleva décadas estudiando la mente
humana. Es autor y
conferenciante sobre el funcionamiento del cerebro y sobre su capacidad para
aprender. Intervino en el famoso documental ¿¡Y tú qué sabes!?, (What
the bleep do we know?), donde
habla de sus teorías sobre la capacidad del hombre para conseguir la salud
física y mental, interviniendo únicamente en nuestros pensamientos.
El bioquímico y estudioso del funcionamiento cerebral Joe
Dispenza defiende el poder
de esta parte del ser humano para reinventarse cada día. Habla de
química, de física, de hábitos, de reprogramación y de una inteligencia superior que tanto le da denominar
divina, espiritual o subconsciente. Cree en la capacidad de construir y conducir el propio
cerebro y a través de él influir en el cuerpo basándose en su
experiencia personal y en la observación de enfermos con remisiones
espontáneas. “Si cada
mañana nos planteáramos cuál es la mejor idea que puedo tener de mí mismo,
tendríamos otro tipo de mundo”
El Universo está siempre manifestando y parece que hay una mente
universal que mantiene las cosas en un orden determinado.
¿La física cuántica implica el punto de encuentro entre la espiritualidad y
la ciencia?
Sí;
creo que el plano cuántico es el plano espiritual. Creo que cuando
tenemos suficiente gente que está seriamente adscribiéndose a la idea de usar
el plano cuántico para dirigir su destino la ciencia va a tener que estudiar a
esos individuos que están entrenados y son buenos en ello, y entonces tendrá
que valorar y actualizarse para
poder explicar que la mente subjetiva está afectando al mundo objetivo,
y eso es el principio de un verdadero cambio. El cambio se logrará cuando tengamos suficientes personas
que puedan usar el plano cuántico consistentemente, que puedan
intencionadamente enfocar
su mente subjetiva en una dirección determinada y tener una cantidad
considerable de control sobre su mundo objetivo, y puedan hacerlo
repetidamente.
¿Cada
vez que pensamos fabricamos sustancias químicas?
Así es, y estas sustancias a su vez son señales que nos permiten sentir exactamente
cómo estábamos pensando. Así que si tienes un pensamiento de
infelicidad, al cabo de unos segundos te sientes infeliz. El problema es que en el momento
en que empezamos a sentir de la manera en que pensamos, empezamos a pensar de
la manera en que nos sentimos, y eso produce aún más química.
Así
se crea lo que llamamos el estado de ser. La repetición de estas señales
hace que algunos genes estén activados y otros apagados. Memorizamos este estado como
nuestra personalidad, así que la persona dice: “Soy una persona infeliz,
negativa, o llena de culpa”, pero en realidad lo único que ha hecho es
memorizar su continuidad química y definirse como tal. Nuestro organismo se acostumbra al nivel de
sustancias químicas que circulan por nuestro torrente sanguíneo, rodean
nuestras células o inundan nuestro cerebro. Cualquier perturbación en la
composición química constante, regular y confortable de nuestro cuerpo dará
como resultado un malestar.
¿Propone
cambiar la química cerebral con nuestro pensamiento?
Es una parte de mi trabajo, no se trata sólo de cambiar
la química cerebral, también los circuitos cerebrales, el cableado. Si podemos forzar al cerebro a pensar con
otros patrones o secuencias, estamos creando una nueva mente. El principio de la neurociencia
es que si las células neuronales se activan conjuntamente, se entrelazan
creando una conexión más permanente. Una persona ante una situación, por
nueva que sea, recurre a esa conexión, es decir, repite el mismo pensamiento
una y otra vez y da las mismas respuestas, su cerebro no cambia, vive con la misma mente cada día.
La investigación científica de vanguardia está mostrando que la genética
tiene la misma plasticidad que el cerebro. Los genes son como
interruptores, y es el estado químico en que vivimos el que hace que algunos
estén encendidos y otros apagados. La investigación científica de vanguardia está mostrando que la genética
tiene la misma plasticidad que el cerebro. Los genes son como
interruptores, y es el estado químico en que vivimos el que hace que algunos
estén encendidos y otros apagados.
Usted
ha estudiado las curaciones milagrosas… ¿Qué conclusiones ha extraído?
Después de estudiar remisiones espontáneas y milagrosas, hay cuatro cosas en común
entre la mayoría de las personas que han tenido una remisión de su enfermedad.
“Lo
primero es que todas ellas aceptaron y creyeron que había una inteligencia que
vivía dentro de ellas, llámalo inteligencia espiritual o inteligencia universal.
Todas estas personas aceptaron que había algún orden innato que les estaba
dando vida; y razonaron que no había nada místico sobre la inteligencia, la
cual mantenía su corazón latiendo, digiriendo la comida, creando nuevas células
cada día. Básicamente les
daba suficiente vida y podían interactuar y conectar con esta inteligencia y
dirigirla para que les hiciera la curación. Razonaron que se habían
distanciado de este nivel mental, esta mente superior, y que si podían empezar
a desarrollar una relación con esta mente y acercarse más a ella ésta asumiría
el mando y empezaría a
reparar sus desequilibrios”.
“Lo
segundo es que todos ellos aceptaban que sus pensamientos, su manera de pensar
a lo largo de un periodo de tiempo (veinte o treinta años), sus reacciones, sus actitudes,
crearon su enfermedad; que vivieron a diario con emociones y
pensamientos destructivos de inseguridad, sufrimiento y minusvalía, y que estas emociones y
pensamientos estaban literalmente rompiendo los tejidos. Porque cada vez
que tenemos un pensamiento creamos una sustancia química. Si tenemos pensamientos grandes
y felices creamos sustancias químicas que nos hacen sentir fantásticos y
felices; si tenemos pensamientos negativos, de infelicidad o
autodestructivos, creamos sustancias químicas que nos hacen sentir infelices y destructivos.
Así que los pensamientos
adoptan una forma química, y ésta da la señal al cuerpo de permitir sentirnos
exactamente de la manera en que estamos pensando”.
“Lo
tercero es que se tenían que reinventar a sí mismas; decidieron hacerse
algunas preguntas importantes: ¿cómo me sentiría siendo feliz? ¿A quién conozco en mi vida que sea una
persona feliz? ¿Qué tengo que cambiar sobre mí mismo para vivir con alegría?
¿En qué punto de mi día me vuelvo inconsciente y negativo? ¿A quién admiro de
la historia? Empezaron a hacerse preguntas importantes. Al hacerse estas
preguntas forzaron a sus cerebros a empezar a pensar de nuevas maneras.
Empezaron a interrumpir el programa de pensar y sentir y literalmente empezaron
a construir nuevas conexiones neurológicas en sus cerebros, que actuaron como plataforma o
escenario para convertirse en una nueva persona. Esa nueva persona
mandaba nuevas señales (o sea las sustancias químicas de sus pensamientos) que empezaron a cambiar su cuerpo
y su salud”.
“Lo
cuarto es que, cuando dedicaban tiempo a pensar y ensayar en quién querían
convertirse, cuando se sentaban y se concentraban en ese individuo, tuvieron
largos momentos en que perdieron la noción del tiempo y el espacio. En
otras palabras, se concentraban tanto en lo que estaban pensando que cuando
abrían los ojos y encendían la luz de la habitación esperaban que hubieran
pasado diez o quince minutos cuando en realidad había sido una hora u hora y
media, lo que significa que hicieron el pensamiento más real que todo lo demás.
Cuando hacemos eso el cerebro empieza a rastrear estos cambios y a formular
nuevas redes neuronales”.
La
mayoría de nosotros pensamos igual que nuestro entorno; reaccionamos a éste.
Sin embargo tenemos que separarnos de él, ir a la soledad y crear un nuevo
ideal de nosotros mismos con una nueva realidad y mantener ese sueño vivo y
repetirlo una y otra vez para que el cerebro empiece a rastrear y estructurar
esa realidad antes de que realmente la experimentemos con los sentidos.
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