Ya en el siglo V decía Hipócrates:
“Somos lo que comemos”.
Desde entonces sabemos que todos
los alimentos tienen un efecto directo sobre la salud y nuestro estado físico y
mental.
Mucho
se ha estudiado acerca de cuál
es la mejor forma de alimentarse, cuáles son las sustancias que nuestro
organismo necesita para funcionar correctamente y qué comidas debemos consumir
diariamente para satisfacer todas las necesidades químicas y orgánicas
de nuestro cuerpo.
En
principio, las claves para seguir una dieta saludable se resumen básicamente en
cumplir con las reglas de la pirámide nutricional, donde podemos ver todos los
alimentos que nos nutren y las proporciones en que debemos consumirlos.
Pero
nuestros hábitos alimentarios están a veces muy alejados de esa alimentación
ideal que nos propone la famosa pirámide, y entonces podemos recurrir a algunos
consejos para mejorar nuestra dieta de un modo efectivo y realista.
Menos carne y más vegetales
Las
proteínas de origen animal son ricas en grasas saturadas que promueven un
aumento del nivel de colesterol. No contienen fibra y deberían ser reemplazadas
en lo posible por proteínas de origen vegetal como las que están en la soja, el
arroz, el trigo, la cebada o las algas. Además de aportar otros nutrientes más
importantes para nuestro organismo, son una fuente de energía hecha a medida
para nuestro cuerpo.
Pero
si no se puede o no se desea seguir una dieta vegetariana, lo ideal es dar
prioridad al pescado antes que a las carnes rojas, y en menor medida consumir
carne de pollo y otras aves de corral. No se debería comer mas de una porción
de carne cada dos o tres días, y siempre acompañada de verduras.
Muchos líquidos
Es
imprescindible beber como mínimo dos litros de agua por día, ya sea al natural
o en infusiones o jugos naturales. Muchas frutas tienen un alto contenido de
agua por lo que, si consumimos de dos a cinco frutas por día, podemos llegar a
tener una buena parte del requerimiento de agua cubierto.
El
cuerpo humano está compuesto por un 75% de agua, ésta es parte activa en el
funcionamiento del mismo y debe ser remplazada continuamente para poder cumplir
su función correctamente.
Poca sal, azúcar y dulces
El
paladar también se ejercita, y nuestro sentido del gusto a veces se asocia con
algo placentero o excitante y llevarnos a consumir alimentos muy dulces o
sazonados, que nuestro organismo no necesita; puede llegar a ser perjudicial
para nuestra salud si abusamos de ello.
Es
importante acostumbrarse a comer alimentos naturales sin muchos condimentos:
una pizca de sal tendría que ser más que suficiente para cocinar algo en una
olla.
Comer variado y con moderación
El
secreto está en intentar no repetir con frecuencia una comida: pasar por todos
los cereales y las legumbres, todas las frutas y verduras, probar y
experimentar con nuevos alimentos que quizás nunca elegimos. La lista del menú
es interminable y siempre podremos variar nuestras comidas si les dedicamos el
tiempo necesario para buscar nuevas opciones.
Es
importante también no comer hasta quedar saciados del todo. Deberíamos dejar de
comer cuando nos sentimos satisfechos medianamente, antes de estar totalmente
llenos. Es bueno también hacer varias comidas por día y no una o dos muy abundantes.
Aprender a alimentarse
A
veces compramos productos que se nos presentan como naturales, y cuando leemos
la etiqueta vemos que contienen algunos ingredientes que no contribuyen a una
alimentación saludable. Sustancias desconocidas aparecen en nuestra dieta sin
que nosotros lo notemos y cada día se descubre algo nuevo acerca de la
alimentación humana.
Es
necesario informarse, leer las etiquetas de los productos que compramos y
conocer las propiedades de sus ingredientes. Investigar y leer acerca de la
importancia de la cantidad y la calidad de lo que consumimos y lo que
deberíamos consumir.
Estos son algunos consejos para mejorar
la alimentación y así poder disfrutar del maravilloso funcionamiento del cuerpo
humano en toda su plenitud. Pero no deben ser tomados como una terapia para el
tratamiento de enfermedades. Siempre debemos acudir a nuestro médico de
cabecera o un profesional de la salud ante el menor problema.
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