Etiquetar a los personas se ha
convertido en una práctica muy común en los últimos años, y no sólo en el
ámbito educativo sino también en el campo social. Cada vez que alguien no
responde educativa o socialmente como creemos que debería hacerlo, eso nos
choca, damos por hecho que ese alguien es “raro” y comenzamos el proceso de
búsqueda de la etiqueta pertinente.
Etiquetas negativas
En
mi opinión, esta práctica tan común supone un primer tipo de etiqueta que
llamaremos “etiqueta negativa” dado que pretende encontrar un calificativo, comunmente despectivo,
para cada persona como vago,
malote, solitario, aburrido, pesado… y encasillar a la persona dentro de él.
Todo esto sin darnos cuenta que estas etiquetas, lejos de ayudar a las
personas, reposan sobre sus hombros convirtiéndose en pesadas cargas y les empuja a alimentar esa
“fama” que les ha sido impuesta.
Por
ejemplo, cuando en el colegio el maestro observa que el trabajo de un niño es
lento, mal organizado y falto de interés el maestro puede hacer dos cosas; una,
etiquetarle como “el vago
de la clase” y asumir que ese niño nunca va a avanzar ante lo que el
maestro tiene que resignarse; y dos, tratar de reconocer el verdadero problema
(falta de motivación, de ayuda en casa, de comprensión…) para tratar de impulsar una
mejora por parte del alumno. Claro que la primera opción es mucho más
tentadora y cómoda que la segunda; no obstante, un buen maestro debería obligarse a sí mismo a elegir la
segunda vía aún en el momento de mayor desesperación didáctica.
Lo
mismo ocurre en el parque cuando una niña no quiere jugar a las muñecas o a la
comba y prefiere jugar al fútbol o cambiarse los cromos de Gormiti con sus
amigos. Entonces habrá quien (adulto o niño) tachará a esta niña de “marimacho”
o, con suerte, de “poco femenina”. Encasillándola de esta manera lo único que se consigue es que la propia
niña comience a plantearse si no puede jugar con niñas o si éstas son distintas
a ella de alguna manera que probablemente no logre comprender.
En resumen, las “etiquetas negativas”
procuran inseguridad y sensación de rechazo a aquellos a quienes se adjudican.
Etiquetas positivas
Por
el contrario, existen las que de aquí en adelante llamaremos “etiquetas
positivas“, no positivas porque halaguen las cualidades de la persona, sino porque ayuden a la persona.
En esta categoría incluyo las etiquetas psicopedagógicas que algunos niños y
sus familias necesitan
para ser apoyados en el plano educativo, social o familiar. Me refiero a
las familias puesto que, cuando un niño padece un trastorno, dificultad o
discapacidad, las personas que lo sufren con él y que tratarán de ayudarle en
primera instancia son su familia.
Puede parecer difícil, en un principio,
imaginar de qué manera una etiqueta supone una ayuda; no obstante, si tratamos
de ponernos en la piel de unos padres que observan día tras día cómo su hijo
muestra dificultades en la lectoescritura, en la comprensión de las lecciones más
sencillas, en las relaciones con sus iguales o, incluso, con la propia familia;
podemos comprender que llega un punto en que esos padres sienten la necesidad
de saber qué le ocurre a su hijo, de conocer el por qué de esas dificultades y
la manera de atajarlas.
En
esta situación, un
diagnóstico psicopedagógico no supone una etiqueta de carácter exclusivo sino
un reconocimiento del problema, lo que aporta a su vez la vía al
tratamiento de esas dificultades que el trastorno, dificultad o discapacidad
conlleva. Con el término tratamiento abarcamos desde el tratamiento clínico
propiamente dicho al trabajo con diferentes apoyos, estrategias y/o técnicas de
estudio pasando por la adaptación curricular elaborada por el maestro para
atender a las Necesidades Educativas Especiales de aquellos alumnos que lo
precisen.
Del mismo modo, cuando acudimos al
médico a causa de una dolencia, nuestro deseo es conocer la razón y nombre del
problema,
puesto que el nombre conlleva el reconocimiento de la enfermedad y, por tanto,
el camino hacia la cura.
Estas etiquetas positivas, como ya hemos
visto, pueden aportarnos un beneficio; no obstante, hay que evitar etiquetar a
las personas, tachándoles de autista, deficiente, disléxico o hiperactivo, para
pasar a etiquetar la discapacidad o trastorno en sí mismo. Hemos de ser muy
conscientes de que las personas tienen y/o padecen un trastorno, NO SON un
trastorno. Y así, poder basarnos en esa etiqueta positiva para saber cómo
debemos trabajar o tratar con esa persona con el fin de ayudarle a superar sus
dificultades día a día.
Por
último, quiero hacer que
el lector de este artículo se pare un momento a pensar que, en realidad, todos
llevamos una etiqueta en la frente que los demás pueden ver. El problema
reside en que no todos leen lo mismo en ella; cuando lo único que deberían
tratar de ver es el nombre de esa persona y dejar para el reverso la “información adicional”, pues no
existe persona “normal” en un mundo en el que todos somos diferentes, tan solo hay personas que
requieren de nuestra ayuda para encontrar su camino, continuar con su aprendizaje
y disfrutar de la vida.
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