Ama tu mente, tu alegría, tu capacidad de
soñar, tus debilidades y tus fortalezas, tus luces y tus sombras, lo que
muestras y lo que escondes.
Ama
tu cuerpo, grande o pequeño, alto o bajo, delgado o grueso… ama tu cuerpo tal
como es: él te arropa, te envuelve, te acompaña, él eres tú, tu historia, tu
soporte, el reflejo de tu alma, de tus deseos más profundos, de tus emociones,
el soporte material de tu mente y de tu espíritu.
Ama
tus curvas, tu perfil sinuoso, tus caderas. La redondez de
tus muslos, de tus nalgas, de tu vientre,
la reserva que te prepara para la vida, para dar vida: el milagro
supremo de la existencia.
Ama tu vida cíclica, tus hormonas, la riqueza de tu biología que no es plana,
sino que conecta en cada momento con tu espíritu, con la naturaleza, con la
luna, con los vaivenes de las mareas, con la vida palpitante de la tierra y los
mares.
Ama
tus pechos: claros u oscuros, botones o rosas abiertas, prominentes o planos,
son tus pechos fuente de placer y de erotismo, de alimento y de darte. Manantial permanente de amor y de sensibilidad.
Ama
tu útero, siéntelo, relájalo, conecta con él. Mueve la cintura, baila a su
alrededor, descubre sus posibilidades orgásmicas, el centro de energía que de
él irradia.
Ama tus ovarios, conócelos, aprende cómo son,
cómo funcionan, identifica en qué fase están… Las mujeres podríamos saber
exactamente cuándo ovulamos si estuviéramos lo suficientemente conectadas con
nuestro cuerpo, un cuerpo hecho para vivir en armonía con la naturaleza.
Ama
tus cicatrices, tus arrugas, las huellas que la vida va dejando, pretender que
en tu cuerpo no haya huellas de lo que has vivido es como pretender que tampoco
haya huellas en tu alma, que nada hayas aprendido, que nada te haya marcado,
que nada quede grabado en tu corazón.
Ama tu historia, investiga lo que has
olvidado, recorre de nuevo tu infancia, comprende de dónde nacen tus desdichas,
reconcíliate con lo que has negado, ama, honra y sana tu estirpe femenina, la serie de matrioskas que útero tras útero
ha llegado hasta ti. Tú eres la suma de todos tus ancestros, en el punto y el
momento en que estás, y no podía haber sido de otra manera o no serías tú, única
e irrepetible.
Ámate tal como eres, sin compararte con nadie,
desde ti y para ti. Tú eres siempre única. Siempre estás en ti. Tú estás
completa en ti misma.
Ama a tu pareja: no como una media naranja,
sino como una naranja completa. Como alguien tan perfecto en sí mismo como tú,
alguien digno de ser amado tal como es, no en la medida en que te proteja o en
que satisfaga tus necesidades.
Cuando te sientes completa, cuando conoces y
amas tu cuerpo, cuando tu alma sana las heridas del pasado, cuando te amas y te
aceptas totalmente tal como eres, ganas en salud, en felicidad, en conciencia.
Entonces quizás ya no importa si deseas o no tener hijos, si están o no están
en tus planes, si vienen o no vienen. No
traerás a nadie al mundo para sentirte feliz o realizada. No te importará lo
que nadie opine o piense. Eres libre. Eres tú, perfecta en ti misma.
Pero
si los hijos llegan, si tu vientre fértil se habita por una vida nueva, y tu
cuerpo se abre llegado el momento para dar a luz, bañada en oxitocina, poderosa
y amante como nunca, entonces nada ni nadie tendrá que decirte qué hacer o qué
no hacer con tu cría que acaba de nacer. Profunda y conscientemente, lo sabrás.
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