¿Por
qué tantas mujeres desnudas?
Cómo
extraño el desnudo femenino… O, mejor dicho, cómo extraño la sensación que
producía el desnudo femenino cuando no era una cosa de todos los días, como es
ahora.
Pero en los tiempos actuales, en los que la
empelotada pública parece
haberse convertido en una práctica común, ha desaparecido ese cosquilleo
que uno sentía en el estómago cuando veía la liz una parte del cuerpo femenino,
que usualmente permanecía cubierta al menos por una prenda íntima.
En
mis tiempos de adolescencia esto no era muy usual. Las
minifaldas no eran tan cortas ni los escotes tan profundos como ahora; las
revistas eróticas y pornográficas tenían un lugar discreto en las estanterías,
hacia el que todos mirábamos disimuladamente, sin lograr ver mucho, cuando
entrábamos a la droguería o pasábamos por el puesto de revistas.
Estamos
hablando de finales de los 80… Entonces, la televisión por suscripción apenas
nacía o era un lujo, y en los canales nacionales no se encontraba ni por
equivocación un pedazo de piel mal parqueado.
Quizás
la memoria me falla, pero recuerdo que el primer desnudo femenino criollo que
generó polémica durante mis primeros años fue el de Virginia Vallejo, en la
revista Cromos. En Internet encuentro referencias a Amparo
Grisales en la misma publicación, pero en esa época llamaba más la atención (al
menos a mí) que la presentadora del ‘Noticiero 24 Horas’ y de ‘El Show de las
Estrellas’ se atreviera a mostrarlo todo en una revista.
Pero, si me lo preguntan, no tengo claro en la
mente cómo lucía Virgina en pellejo… Virginia Pellejo, justamente, era el
nombre con el que se referían a ella en el Show de Hebert Castro… estamos
hablando de historia antigua, de cuando no me atrevía a mirar Cromos de frente
si el plato principal era Virginia al natural. De cuando uno encendía el radio
para escuchar ‘El show de Herbert Castro’.
Ahora, para qué negarlo, a cualquiera le
gustaría admirar las curvas de Natalia París en el mismo traje con que vino al
mundo, aunque unas tallas mayor. El problema es, precisamente, que ahora
cualquiera puede verlas.
La
imaginación dejó de ser un afrodisiaco… mejor dicho, dejó de ser, porque ya no
hay que imaginar nada: ahora se puede ver todo.
Hoy,
el acceso al desnudo femenino no está limitado a la sección para adultos de los
puestos de revistas, sino que se extiende a la sección de útiles escolares en
las papelerías y supermercados. No quiero imaginarme la
cara de la Hermana Blanca (mi profesora en tercero de primaria), ni siquiera la
de David Vargas (física, en grado 11) si me hubieran visto llegar a clase con
Ana Sofía Henao medio empelota entre la maleta y la sentara encima del pupitre.
Ahora, en el horario familiar de nuestra
televisión pululan las prendas voladoras y las escenas con una carga erótica (a
veces, lamentablemente complementada con violencia) que no parecen un buen complemento para la
formación de un menor que acaba de llegar del colegio.
Si no es en televisión, en el mercado de los
videos caseros e Internet se puede completar una colección que seguramente va
más allá de lo que un mortal común y corriente podría ver. Un mortal en el que
la obsesión por el sexo no tenga alcances patológicos, claro…
Ah, tiempos aquellos en los que el desnudo femenino generaba el
cosquilleo que solo causan las cosas prohibidas, en los que las partes
ocultas de una mujer eran más preciadas en cuanto menos se podían ver…
Antes,
la pregunta era: “¿Se imagina a esa vieja en bola?”. Ahora, la pregunta es si
ya la vio en bola… Ya casi ni siente uno envidia de los novios…
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