La pregunta: ¿Cual es el verdadero sentido de la vida?, no es algo que la gente se plantea mientras todo va bien, sino precisamente cuando las cosas no salen como teníamos previsto.
La realidad es dura y se empeña en quitarnos la razón y en darnos problemas y dificultades que nos quitan la ilusión de seguir luchando. En suma, la experiencia del fracaso es algo que no podemos evitar y nos lleva a plantear el sentido de nuestros esfuerzos, de nuestro trabajo y de nuestra vida.
Vivir es una tarea que requiere esfuerzo. Esto no es algo extraño o que sea difícil solo para unos pocos y ni tampoco debemos pensar que la vida no debería ser así.
En todo ser vivo se da la "lucha por la vida".
Recuerde que “Vivir” es ya un éxito continuo de la vida, frente a la amenaza de los peligros, las enfermedades, la falta de recursos y la muerte misma. El mismo fenómeno biológico de la vida es ya un esfuerzo. Por eso, no debe extrañarnos que las cosas sean difíciles y cuesten trabajo.
Lo que el hombre necesita para encontrar sentido a su vida es tener una justificación para sus esfuerzos, es decir, disponer de un objetivo y un fin claro en la tarea de vivir.
Cuando se tienen objetivos claros para la propia vida, los esfuerzos se ven como parte del camino que hay que recorrer para alcanzarlos, y por tanto luchar tiene entonces un sentido muy claro: llegar a donde queremos.
La ausencia de proyectos vitales origina desocupación, y la falta de obligaciones hacen que el trabajo se realice sin ganas y en contra de la voluntad. Además, la ausencia de proyectos y tareas vividas como propias genera algo que es el terreno donde acontece la pérdida del sentido de la vida y la falta de ilusión.
Quien no sueña, quien no desea, quien no anhela realizar sus pretensiones, quien no sabe lo que es vivir ilusionadamente, ése encontrará cada día al despertar un panorama gris, que fácilmente induce al hastió y al deseo de huir hacia un mundo mejor.
Son esas ilusiones que ahora faltan el verdadero motor de la vida.
Sentir a diario que lo que nos espera es la infelicidad, estar a disgusto, enfrentarnos a tareas que nos resultan odiosas lleva a preguntarse ¿que sentido tiene vivir una vida así?. Así lo cotidiano resulta aburrido y no se ve que valga la pena.
En esa situación se tienen dos opciones:
La primera es decidir que una vida así no merece la pena ser vivida y por tanto traerá pesimismo y amargura. Se vuelve un ciclo vicioso donde no parece encontrar salida y viene un deseo de que sería mejor que todo se acabe cuanto antes. Pensar así es algo peligroso que podría llevar a la anulación de la propia vida o a convencerse que el fracaso es inevitable, que es algo que en algún momento nos ocurre a todos.
La segunda solución, se parece un poco a la anterior, pero no tiene la carga pesimista: Consiste en poner entre paréntesis la vida cotidiana inmediata y dedicarnos a olvidarla, a mirar hacia otro lado mientras la vivimos. En esta situación la salida más evidente es huir de uno mismo y de la vida que se está viviendo, buscando mundos alternativos, volcándose en la exterioridad, en buscar pequeños momentos de diversión.
Es la vida frívola, dedicada a explotar la felicidad momentánea que dan los placeres de la vida. Sin embargo, esta solución deja en hueco el fondo de la vida, y no resuelve el problema de la propia identidad.
El sentido de la vida se encuentra cuando ésta tiene un contenido y un "argumento" que le dé emoción, intensidad y recompensa. Ese contenido se obtiene del esfuerzo que se realiza a diario, de llevar una vida con ilusiones, en busca de los valores, ideales y objetivos de nuestro proyecto de vida.
Se trata de hacer de la vida una obra propia y de buscar el fruto de esfuerzo y el trabajo.
El sentido de la vida se encuentra en aquellas personas a quienes uno destina todo lo que es capaz de hacer, sentir y amar. Quien tiene un amor en la vida ya ha encontrado el sentido de ésta: sólo falta que la persona amada corresponda a nuestro amor para que el flujo recíproco funde un ámbito de vivir ambos enamorados. La persona amada es la destinataria de nuestros esfuerzos, de nuestros trabajos, porque lo que con ellos consigamos, y la misma lucha de conseguirlo, se convierte en don que se otorga a la persona amada para hacerle el bien, para que ella sea feliz.
Lo más alto y lo más profundo de lo que el hombre es capaz es el amor correspondido. No hay ninguna otra cosa que llene más la vida y la intimidad, ni siquiera la grandeza de legar a los hombres una gran obra. Ni el poder, ni el dominio sobre la naturaleza, ni la posesión de una gran ciencia, ni el desarrollo de la propia creatividad artística son capaces de dar lo que nos da la sonrisa de la persona que nos ama.
Vale más destinarse a una persona que poseer sin ella todo el universo. Por eso, el mejor aprendizaje para encontrar el sentido de la vida es aprender a amar, algo bien distinto a simplemente "sentir que se ama", puesto que amar es tratar bien a la persona amada, tratarla como ella se merece, darle lo que le hace feliz, y eso es algo que implica un modo de comportarse muy específico, que es el que verdaderamente funda sobre un cimiento sólido el puro sentimiento del amor.
Encontrar el sentido de la vida no es una tarea que puede realizarse en solitario. Las tareas que llenan la vida surgen muchas veces de oportunidades encontradas y aprovechadas. Cuando uno tiene una oportunidad y no la aprovecha, la pierde, quizá porque no se da cuenta de su alcance.
El sentido de la vida se encuentra más fácilmente cuando existen unos bienes comunes que se comparten con quienes están unidos a nosotros. Cuanto más profundamente unidos estemos con ellos, tanto más rico es ese compartir, y tanto más nos enriquecemos, tanto menos solos nos quedamos. La compañía de los demás, vivida como amistad, ayuda, amor o participación en tareas comunes, ayuda a sentirse útiles, comprendidos, apoyados y beneficiados por la tarea común que a todos nos reúne y en cierto modo nos protege.
Quienes tienen un vivo sentido de la presencia de los demás en su vida, quienes hacen de ella una conversación continuada y una tarea vivida en compañía, tanto menos están en peligro de que la pregunta por el sentido de la vida les atenace, tanto menos posibilidades tienen de sucumbir a su propio fracaso y quedarse paralizados, en aquella situación que al principio se dijo que era la causante de que surja la pregunta por el sentido de la vida, esa pregunta que no surge cuando las cosas nos van bien, en compañía de otros, porque entonces tenemos una clara justificación para nuestros esfuerzos.
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