Cuatro emociones te hacen daño al morir
y, por eso, elige sanarlas ya o alejarlas para estar preparado.
Son
cinco virus que te roban
la paz y te impiden partir sereno: Odios, culpas, miedos, apegos y asuntos pendientes.
En mi
experiencia con moribundos, siempre se van en paz cuando dominan esos cuatro
adversarios.
Los dos primeros se esfuman con una
actitud compasiva, con un perdón profundo y generoso.
Y digo
profundo, ya que a veces las personas se engañan con un perdón superficial.
Los miedos se quitan viendo la muerte
con fe y amor, como
un paso entre vidas en el que nadie te va a juzgar.
Es
cierto que uno recoge lo que siembra pero todos vamos hacia Dios y Él no juzga, solo ama.
En cuanto al apego, esmérate por amar
con libertad, sin necesitar a nadie y sin que nadie te necesite. Todo apego
causa dolor.
Finalmente aclara tus enredos para no
dejar pendientes a los que amas.
Quizás hoy sientes el alma desgarrada,
solo tienes un ápice de fe y sobrevives en un limbo lleno de brumas. Acaso estás luchando con los
recuerdos y perdiéndote la magia del ahora, asediado por los miedos y las dudas.
Más
aún, es tal tu sensación de orfandad que peleas con el mismo Dios y no le ves sentido a la vida.
¿Sabes algo? El mismo Jesús estuvo en ese desierto, se sintió desamparado y
tuvo hondas pruebas de fe.
Por eso debes perseverar, buscar ayuda,
calmarte y creer que saldrás de esas oscuras cavernas. La vida no es un absurdo y puedes poner a raya el mal al
aquietarte y reavivar tu fe. Animo, vuelve a confiar.
Sé como
esos náufragos que soportan lo indecible y se salvan cuando ya los daban por
perdidos.
No es fácil, pero afronta el hoy con
esta certeza: tu luz nace de creer, tu fuerza de esperar y tu descanso de
amarte y amar.
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