Cuando
se es niño, los padres, los maestros, y la sociedad en general, nos inculcan lo
que se llama educación, que no es sino la manera de comportarse que la sociedad
espera de nosotros. Junto con esta necesaria adaptación a las normas sociales,
se transmite una desconfianza en nuestros propios valores y creencias.
La
persona que ama a los demás tenderá a respetar la individualidad de cada uno de
ellos. Para poder hacerlo se necesita primero tener confianza en uno
mismo. La persona insegura tratará de que todos los demás sean como ella, para
no correr nunca el riesgo de ser confrontada.
Los comportamientos errados deben servir para que
aprendamos de ellos. Lo que debemos aprender es cómo no volver a cometerlos,
pero no a tener sentimientos de odio o de desprecio hacia nosotros mismos. Tampoco debemos dejar que el
comportamiento de los demás influya en el concepto que tenemos de nosotros
mismos.
Puedes valorarte de distinta manera en las distintas
áreas en te desempeñas, pero lo que no puedes dejar de hacer es estimarte a ti
mismo. La autoestima se
refiere tanto al comportamiento como al aspecto físico. La sociedad ejerce una
gran presión para convencernos de que debemos tener un físico y una apariencia
determinados, y para vendernos los productos y servicios necesarios para ello.
Existe
una diversidad de comportamientos que son indicadores de una falta de
autoestima. Fundamentalmente se reducen a no aceptar lo que de bueno uno
puede tener, hacer o merecer.
Las quejas que no tienen como propósito inmediato
solucionar algo son inútiles, y solamente sirven para frenar tu desarrollo y
empeorar tus relaciones. Debes
aceptarte tal como eres y no quejarte de las cosas que no puedes cambiar.
Amarte a ti mismo no significa que los demás tengan que
amarte o reconocer tu superioridad. No quiere decir creerte el mejor ni te obliga a convencer a los demás
de ello.
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