En
una aldea vivían dos vagabundos. Uno era ciego, el otro cojo, y competían por
las limosnas de los transeúntes.
Un día se desató un incendio voraz y se vieron en la necesidad de
escapar para no morir quemados.
El lío era que el ciego no podía ver donde estaban las llamas y el cojo
no podía correr porque el fuego era muy rápido.
Debían hacer algo pronto o estarían perdidos,
vieron que se necesitaban el uno al otro y el cojo tuvo una idea brillante:
“Mira, -le dijo al ciego- estamos salvados ya
que tú puedes correr y yo puedo ver donde no hay fuego para escaparnos”.
El ciego asintió, se olvidaron de su tonta
enemistad y en ese momento
crítico la muerte cercana los unió.
Se pusieron de acuerdo y cada cual puso lo
mejor de sí mismo: el
ciego cargó al cojo sobre sus hombros y éste señalaba el camino.
Así salvaron sus vidas, pero pasó algo mejor:
borraron su antagonismo y se hicieron amigos.
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