Hoy me amo, confío y tengo presente que la vida está llena de magia y milagros
que quizás no percibo
cegado por la rutina y el inconformismo.
Respirar es un milagro y caminar es otra maravilla, aunque eso solo lo aprecie aquel que recupera la vista o sale de una parálisis.
Hay magia en el amor, la ternura, la sonrisa, los niños, la creación, y esos regalos me estremecen si elijo asombrarme.
Valoro tantas bendiciones y pienso en
el ciego que sonríe, el lisiado que no se queja y el enfermo que está tranquilo
y positivo.
Soy como el obrero que le dice al compañero que se renegaba de su labor: “Da gracias de que tienes trabajo y no estás desempleado”.
Hoy quiero imitar a los
Incas que, fascinados con el sol, pensaban que algún día se iba a cansar y tendrían un amanecer con
tinieblas y sin luz.
Por eso saludaban cada
mañana su llegada con ritos jubilosos, sin acostumbrarse a ese milagro permanente.
Al saludar y al despedir el
día creo el hábito de dar
gracias sin cesar porque he comprobado que la gratitud trae felicidad.
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