Una hermosa princesa pidió
a su padre que le ayudara a buscar un buen prometido, rico en amor y en
talentos.
El rey convocó a
los jóvenes más preparados y entre todos se destacaron tres que tenían un don especial.
El primero reconoció humildemente que tenía la capacidad de encontrar lo perdido y que siempre la empleaba para
servir a otros.
El segundo dijo con arrogancia que su don era mejor y que como arquero acertaba siempre,
aunque estuviera muy lejano el blanco.
El tercero, igualmente petulante, afirmó que además de esculpir podía hacer un prodigio: dar
vida a sus estatuas.
La princesa pidió tiempo a
su padre para elegir y días después desapareció y se supo que un mercader la había raptado.
Fue así como el escultor
hizo un caballo y le dio vida, el vidente dijo dónde la tenían y el arquero
mató al mercader de un flechazo.
La princesa eligió al primero porque en él había visto no uno sino tres
dones: encontraba lo
extraviado, hacía todo por amor y era humilde.
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