Un millonario muere y se va al cielo. San Pedro está esperando en la
puerta del cielo para saludarlo y guiarlo. El hombre está maravillado con
semejante belleza y perfección mientras camina por el cielo al lado de San
Pedro. Los jardines están impecablemente cuidados y llenos de todas las
plantas exóticas imaginables. Grandes mansiones están estéticamente ubicadas en todos lo jardines.
El hombre casi llora al ver toda la belleza y
majestad del cielo, y San Pedro lo sigue guiando por un camino. Los colores que lo rodean son
simplemente increíbles.
El
hombre se dirige a San Pedro y le pregunta:
-¿Dónde
esta mi casa?.
San
Pedro responde: -Un poco más lejos.
Bajan unas escaleras y, de repente, el hombre
ve que todo comienza a cambiar. Las mansiones ya no son mansiones. Son casitas campesinas. Hay pocos
jardines. Los colores son apagados sin vida.
-¿Dónde
esta mi casa? -pregunta el hombre un poco agitado.
-Solo
unos pasos -responde San Pedro.
Bajan unas escaleras más y el ambiente es
completamente diferente. Las
casas son apenas unos ranchitos, los colores son grises y marrones; el camino
está empantanado y las plantas que hace poco florecían han desaparecido.
Sorprendido
con semejante cambio, el hombre sujeta el brazo de San Pedro. Caminan un poco
más, y San Pedro se detiene. Señala una casucha, que
apenas alcanza a sostenerse sobre los pilotes. No hay vegetación, ni colores,
ni belleza alguna. De hecho, es tan oscura que el hombre casi no puede verla.
El hombre mira a San Pedro y le dice: -Es obvio que no sabes quién soy
yo, ésta no puede ser mi casa. Yo tenía una gran fortuna en vida. Tenía diez
casas con cientos de sirvientes. Podía comprar lo que quería. Sé que esto es un
error.
El
hombre protesta indignado: -¿Con quién puedo hablar?
San
Pedro mira al hombre a los ojos y le dice: -No hay ningún error. ¡Es lo único que pudimos construir con los materiales que nos
enviaste!
Tomado del libro “Asuntos Pendientes”
¿Con quién puedo hablar?, es una pregunta que
nace de la arrogancia de alguien que sabe que usa su poder para influenciar actitudes en las demás
personas, en nuestro medio es una frase frecuente, que deja entrever que
solo al expresarla, quienes la escuchan, asumen respuestas que danzan entre la adulación, el
miedo, el respeto e inclusive la burla.
Cualquiera que sea el efecto que cause, está
mostrando a una persona con un ego fuerte que construye su poder personal de
acuerdo con el monto de
sus riquezas materiales, éstas son las que le dan seguridad y confianza,
sin embargo es importante tener claro, que en algunos momentos de la vida, por
más riquezas y poder que se ostente, hay eventos muy poderosos, en los cuales no es válida ninguna
influencia.
También es interesante analizar cómo se transforman los hábitos
y los valores en algunas personas, cuando se adquieren riquezas materiales,
si bien es cierto que vivir implica tener objetos y disfrutarlos, esto no
significa que el objetivo
de la vida misma esté en el comprar y el poseer, por más placer que éste
origine; a propósito:
-¿Cuando
va de compras, cuánto le dura el placer de tener?
-¿Si pudiera salvar algún objeto suyo de un
desastre, qué salvaría?
-¿De sus pertenencias, cuál es la que le produce más seguridad?
-¿Con
cuánta frecuencia usa sus influencias?
-¿Los demás le consideran influyente?
-¿Sus apegos materiales le hacen sentir feliz o infeliz?
-¿Se siente superior a los demás?
-¿Ha usado alguna vez la frase, sabe quién soy yo?
Lao Tse, dijo alguna vez: “Cuando más te apegas, más
pierdes”, y es que en
algunos instantes de la vida no tienen poder, ni los títulos académicos, ni el
cargo, ni el rol familiar, ni social, son tiempos de despojo, no valen
las influencias, ni la historia construida y el dolor se acrecienta con la
íntima idea de la pérdida de las posesiones.
De un maestro leí lo siguiente que: “Uno al morir solo se lleva lo que ha dado”, respecto a esta
frase
¿Cómo
cree que está al día de hoy su equipaje emocional?
¿Considera
que tiene acciones por realizar con usted mismo o con sus seres queridos?
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