Lo que ocurre, doctor, es que en
mi caso, los sueños vienen por ciclos temáticos. Hubo una época en la que
soñaba con inundaciones. De pronto los ríos se desbordaban y anegaban los
campos, las calles, las casas y hasta mi propia cama. Fíjense que en mis sueños
aprendía a nadar y gracias a eso sobreviví a las catástrofes naturales.
Lamentablemente, esa habilidad tuvo una vigencia sólo onírica, ya que un tiempo
después pretendí ejercerla, totalmente despierto, en la piscina de un hotel y
estuve a punto de ahogarme.
Luego vino un periódo en que soñé con aviones.
Más bien, con un solo avión, porque siempre era el mismo. La azafata era feúcha
y me trataba mal. A todos les daba champan, menos a mí. Le pregunté por qué y
ella me miró con un rencor largamente prolongado y me contestó: «Vos sabés bien
por qué». Me sorprendió tanto aquel tuteo que casi me despierto. Además, no
imaginaba a qué podía referirse. En esa duda estaba cuando el avión cayó en un
pozo de aire y la azafata feúcha se desparramó en el pasillo, de tal manera que
la minifalda se le subió y pude comprobar que abajo no llevaba nada. Fue
precisamente ahí cuando me desperté, y, para mi sorpresa, no estaba en mi cama
de siempre sino en un avión, fila 7 asiento D, y una azafata con rostro de
Gioconda me ofrecía en inglés básico una copa de champán. Como ve, doctor, a
veces los sueños son mejores que la realidad y también viceversa. ¿Recuerda lo
que dijo Kant? «El sueño es un arte poético involuntario.»
En
otra etapa soñé reiteradamente con hijos. Hijos que eran míos. Yo que soy
soltero y no los tengo ni siquiera naturales. Con el mundo como está. Me parece
un acto irresponsable concebir nuevos seres. ¿Usted tiene hijos? ¿Cinco? Excuse
me. A veces digo cada pavada.
Los niños de mis sueños eran bastante
pequeños. Algunos gateaban y otros se pasaban la vida en el baño. Al parecer,
eran huérfanos de madre, ya que ella jamás aparecía y los niños no habían
aprendido a decir mamá. En realidad, tampoco me decían papá, sino que en su media
lengua me decían «turco». Tan luego a mí, que vengo de abuelos coruñeses y
bisabuelos lucenses. «Turco vení», «Turco, quero la papa», «Turco, me hice
pipí». En uno de esos sueños, bajaba yo por una escalera medio rota, y zas, me
caí. Entonces el mayorcito de mis nenes me miró sin piedad y dijo: «Turco,
jodete». Ya era demasiado, así que desperté de apuro a mi realidad sin
angelitos.
En
un ciclo posterior de fútbol soñado, siempre jugué de guardameta o golero o
portero o goalkeeper o arquero. Cuántos nombres para una sola calamidad. Siempre había llovido antes del partido, así que las canchas estaban
húmedas y era inevitable que frente a la portería se formara un laguito.
Entonces aparecía algún delantero que me fusilaba con ganas y en primera
instancia yo atajaba, pero en segunda instancia la pelota mojada se escabullía
de mis guantes y pasaba muy oronda la línea de gol. A esa altura del partido
(nunca mejor dicho), yo anhelaba con fervor despertarme, pero todavía me
faltaba escuchar cómo la tribuna a mis espaldas me gritaba unánimemente:
traidor, vendido, cuánto te pagaron y otras menudencias.
En
los últimos tiempos mis aventuras nocturnas han siso invadidas por el cine. No
por el cine de ahora, tan venido a menos, sino por el de antes, aquél que nos conmovía
y se afincaba en nuestras vidas con rostros y actitudes que eran paradigmas. Yo me dedico a soñar con actrices. Y qué actrices: digamos Marilyn
Monroe, Claudia Cardinale, Harriet Anderson, Sonia Braga, Catherine Deneuve,
Anouk Aimée, Liv Ullmann, Glenda Jackson y otras maravillas. (A los actores, mi
Morfeo no les otorga visa.) Como ve, doctor, la mayoría son veteranas o ya no
están, pero yo las sueño como aparecían en las películas de entonces.
Verbigracia, cuando le digo a Claudia Cardinale, no se trata de la de ahora
(que no está mal) sino la de La ragazza con la valiglia, cuando tenía 21.
Marilyn, por ejemplo, se me acerca y me dice en un tono tiernamente
confidencial: «I don't love Kennedy. I love you. Only you». Sepa usted que en mis sueños las
actrices hablan a veces en versión subtitulada y otras veces dobladas al
castellano. Yo prefiero los subtítulos, ya que una voz como la de Glenda
Jackson o la de Catherine Deneuve son insustituibles.
Bueno, en realidad vine a consultarle porque
anoche soñé con Anouk Aimée, no la de ahora (que tampoco está mal) sino la de
Montparnasse 19, cuando tenía unos fabulosos 26 años. No piense mal. No la
toqué ni me tocó. Simplemente se asomó por una ventana de mi estudio y sólo
dijo: «Mañana de noche
vendré a verte, pero no a tu estudio sino a tu cama. No lo olvides». Como voy a
olvidarlo. Lo que yo quisiera saber, doctor, es si los preservativos que compro
en la farmacia me servirán en sueños. Porque ¿sabe? no quisiera dejarla
embarazada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Por favor, escriba aquí sus comentarios