Un empresario poseía el más hermoso
jardín de la ciudad y, siempre que pasaba por allí el sacerdote le decía:
Tienes un gran jardín que es una
preciosidad. ¡El
Señor y tú sois buenos socios!
Gracias,
padre, respondía el empresario, a la vez que hacía una reverencia.
Y así durante días, semanas y meses. Al menos dos veces al día,
cuando se dirigía al templo o regresaba, el levita decía lo mismo:
¡El Señor y tú sois grandes socios!
Hasta
que al empresario empezó a fastidiarle lo que, evidentemente, pretendía ser un
cumplido por parte del cura.
De manera que la siguiente vez que el
sacerdote dijo: ¡El Señor y tú sois socios, el tipo le replicó:
*Tal vez tenga razón. ¡Pero tendría que
haber visto este jardín cuando el Señor era su único propietario!
El
humor siempre es bienvenido.
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